Albrecht Dürer - Melancolía (grabado 1514)
Los resultados de las ultimas PASO en Argentina nos reclaman un balance de
estos 40 años ininterrumpidos de democracia. Y para ello propongo sostener una
hipótesis muy incómoda al respecto: El proceso de elaboración del trauma social
que implicó la última dictadura cívico-eclesiástica-militar detuvo su proceso y
suturó la posibilidad de complejizarse con las demandas históricas que fuimos
enfrentando como sociedad. Si tenemos la suerte de que algo de “la crisis del
2001” retorne con lo que implica una posible victoria de Milei en octubre, no debemos
pensarlo como un retorno de lo reprimido. Es retorno de un evento traumático y
no elaborado —o elaborado parcialmente en el mejor de los casos —, reactivado
por la amenaza de un trauma de proporciones semejantes, o incluso mucho peor.
Pienso que la semilla de la imposibilidad de pensar otro mundo posible en
nuestro país, se encarna mucho en la imposibilidad de abandonar la obediencia
debida una idea de democracia que está totalmente construida en base al terror
y más concretamente al saldo del terrorismo de Estado; y a cómo la clase
política dominante operó para que esa no tramitación del trauma coagulara la
posibilidad de imaginar orto mundo fuera del capitalismo. Si tuviera que
reducir la operación psicopolítica que ofició de coagulante a un enunciado y una
posterior declinación, podría ensayar el siguiente modo: del tiempo inaugural
del nuevo pacto social democrático “Con la democracia se come, se cura y se
educa”, pasamos a un “Ésta es la única forma posible de la democracia,
porque todas las demás experiencias fracasaron”. Esta última formulación
que se estabilizó como discurso político actual en nuestro país, se sirvió de
una forma maniquea y bipolar de construir el mundo a escala internacional
(modelo capitalista/ modelo socialista) y una lectura del juego de fuerzas como
“naturalmente” bipartidista a nivel local: conservadores/ radicales –
radicales/ peronistas – kirchneristas/ macristas…
Hay varios problemas en contar la historia de esta manera. El más evidente
es el borramiento de fuerzas políticas y sociales, muchas veces altamente
organizadas: socialismo, anarquismo, movimientos campesinos y de pueblos
originarios, movimiento de mujeres (solo por nombrar algunos); que no solo
nunca se alinearon homogéneamente con la lógica de este supuesto bipartidismo,
sino que además fueron las responsables de grandes conquistas democráticas, que
luego, quienes fueron las fuerzas de turno para la administración del Estado —haciendo
el trabajo que la ciudadanía les encomendó mediante el voto representativo—,
llevaron a la puesta en forma de leyes y de políticas de ejecución,
sostenimiento y protección de las mismas. Tarea necesaria si las hay, pero no
autoengendrada ni suficiente.
El segundo problema que puedo pensar —y ciertamente uno de los más
conflictivos—, es que éste mismo discurso —conjugado a modos de pensar la
economía y su relación con el Estado—, llevaron a interrumpir la profundización
de las contradicciones del sistema sobre el que se sostienen todos los Estados
occidentales en la actualidad: la democracia y sus límites dentro del
capitalismo. Donde las tendencias al desarrollo de políticas liberales o
neoliberales provocan crisis económicas, sociales y de representatividad
política; que se reequilibran con los matices propios de cada realidad regional
y local, pero que nunca cuestionan el modo de producción y reproducción
socio-económica de fondo. En nuestro país, la defensa de la democracia se
constituyó en una no crítica al sistema. Y esto nos llevó como sociedad a una
imposibilidad de poder pensar otros mundos posibles. Coaguló en la premisa:
“democracia es esto o nada”, por tanto, se empezó a torcer la idea de qué
significan las políticas de izquierda y de derecha en nuestro país. Se sostuvo
de este modo el programa de borramiento sistemático a cualquier fuerza política
y social que atentara contra el capitalismo.
No hace mucho tuvimos que escuchar “a la izquierda nuestra está la
pared”: declaración dolorosa y canalla si las hay. Primero porque hace
desaparecer a colectivos antiimperialistas, anticapitalistas, que apuestan a
economías populares, cooperativas, autosustentables, respetuosas del territorio
que no invisibilizan a los pueblos originarios, afrodescendientes, etc. Segundo
porque somete —a través del terror— a parte de la población que les elegía como
representantes, señalando que lo único que queda es empezar a acostumbrarse a “tragar
sapos” por el bien de “la democracia”. En resumidas cuentas, se constituye un
discurso de anulación de la posibilidad de elección por temor al aniquilamiento:
“como no existe la opción, solo estamos nosotres o la barbarie neoliberal… nada
más”. Cualquier posicionamiento crítico, lúcido y alternativo, reconocido
honestamente como tal, se desestima por idealista, romántico, principista,
dependiendo del contexto de la discusión y cuánto las defensas se pusieran al
servicio de la chicana política. Lo que en otras palabras significa que no es
posible nada nuevo: nada más y nada menos que otra version —mucho más compleja—
del fin de la historia.
Así se construyó el primer monstruo del capitalismo argentino pos 2001: el
macrismo. Era necesario antagonizar con algo que estuviera más a la derecha —mucho
más a la derecha— para sostener la afirmación de que “a la izquierda no hay
nada”. El monstruo creció y se alimentó del descontento, la impotencia y toda
la violencia introyectada que el Estado descargó sobre la ciudadanía: violencia
económica, simbólica y física (la tan conocida represión por parte de las
fuerzas de seguridad). Con esto no estoy diciendo que los gobiernos kirchneristas
no tuvieran políticas en materia de DDHH, salud, educación, vivienda, la
protección a los sectores que pertenecen a las clases históricamente
desafiliadas de la economía formal. Estoy planteando que hubo violencia
económica para sostener gobernabilidad dentro de un sistema capitalista porque
no fue posible ejercer la autonomía que supuestamente podría desarrollar el
Estado dentro de su modelo económico. Eso se tradujo en inflación, generación
de empleos basura y un desarrollo de la economía interna que no fue suficiente
para equilibrar la balanza de la justicia social sin que el costo no recayera
en la sociedad que solo tiene su fuerza de trabajo para vender en el mercado
laboral. O sea, la crisis del sistema fue amortizada por las grandes mayorías
que no somos dueñas de los medios producción y reproducción del capital. Y
también hubo violencia simbólica sostenida frente a los sectores, cada vez más amplios
y heterogéneos, que empezaron a criticar el discurso de que con esta
democracia alcanza; que este modelo es viable; que el capitalismo
humano es posible.
Por supuesto que las críticas y las quejas no fueron totalmente formalizadas
en estos términos. Las personas que tenemos la desgracia de haber nacido en
este mudo, rara vez podemos darnos el lujo de ejercer el derecho a sentarnos a
pensar críticamente, a estudiar, a discutir y disputar ideas. La mayoría de las
personas en este mundo, solo podemos vender nuestra fuerza de trabajo para
llegar a fin de mes —pagar las cuentas, el alquiler y comer—, y con suerte
permitirles a nuestres hijes acceder a la educación y un poco de ocio y
descanso cada tanto. Cada vez más y con más brutalidad, nuestra vida se reduce
a dormir para trabajar y trabajar para sostener nuestras funciones vitales como
poder descasar 5, 6 o 7 horas y seguir trabajando.
En una síntesis que no pretende ser exhaustiva ni precisa —porque mi
objetivo es hacer un análisis psicopolítico, no económico ni histórico—, en nuestro
país, las reestructuraciones a las crisis del sistema fueron: 1) a la
hiperinflación de finales de los ’80: neoliberalismo menemista; 2) a la crisis
institucional, económica y socio-cultural de 2001: el kirchnerismo; 3) al
fracaso del modelo económico y social por progresiva flexibilización del
proteccionismo económico y social del kirchnerismo: el franco neoliberalismo de
representación política mixto del poder empresarial y de familias liberales y
conservadoras históricas; 4) a la profundización de la crisis económica y
política: un gobierno de centro acordado por un frente lábilmente cohesionado,
que cristalizó en un representante político impotente para profundizar (y en
muchos casos sostener) políticas sociales, timorato frente a la inercia del giro
a la derecha en materia económica 5) a la crisis de representatividad por
fracaso de ambos polos del bipartidismo: giro a la derecha expresado en un
candidato abiertamente neoliberal en materia económica y fascista en materia
política.
Esta formalización esquemática de cinco vueltas del tardocapitalismo, deja
al descubierto no solo el agotamiento cíclico cada vez más acelerado y
descarnado del sistema; sino también la incapacidad de los discursos políticos
de matriz tradicional, para interlocutar con la sociedad civil, que aunque está
cada vez más alienada de la posibilidad de acceder al capital cultural y el
derecho básico a poder vivir sin estar haciendo peligrar su existencia;
entiende perfectamente que esto no funciona y solo nos lleva a la destrucción.
Que la capitalización del descontento, la impotencia, la desesperación, el
terror a la aniquilación de lo poco (o mucho) que se tenga sea capitalizado por
discursos cada vez más fascistas, se debe al deterioro del lazo social que provoca
el mismo sistema. Ya que, como dice Adrián
Piva, “El capital no es una relación social puramente económica, el
Estado es uno de los modos en que la sociedad capitalista se desenvuelve, se
desarrolla, se reproduce. (…) Cuando la sociedad capitalista entra en crisis,
entra en crisis el conjunto de esas relaciones sociales; entra en crisis lo que
llamamos «la economía» y entra en crisis también lo que llamamos «la política»
(…) Porque esas relaciones están articuladas a través del mercado. (...) si la intervención
del Estado disuelve la separación entre economía y política, que es la
condición de funcionamiento del mercado, pone en crisis la forma en que se
articulan las relaciones sociales”.
Las preguntas que nos quedan para poder pensar, sostener, debatir y
organizar son: frente a la prueba de realidad descarnada del fracaso del modelo
político y económico actual ¿Somos capaces de pensar que otro mundo es posible?
¿Somos capaces de abandonar el terror y las construcciones dogmáticas de
verdad? ¿Somos capaces de apostar a la radicalidad de lo impensado y dar el
salto que nos saque de la melancolía? Y en este impasse lógico que
tenemos que abrir —aunque el tiempo cronológico ya esté en descuento hace
décadas a nivel regional, y octubre nos respire en la nuca a nivel local—, no
debemos caer en la ingenuidad de creer que las crisis son per se
momentos de desestructuración de los sistemas de dominación y, por tanto,
oportunidades políticas revolucionarias. Desestimar el carácter disciplinante
de las crisis es lo que nos condujo a las puertas de un gobierno elegido
democráticamente que sostiene abiertamente un discurso fascista. Y esto es una
advertencia para todo el arco político que disputa en los espacios de
representatividad estatal.
Piva sitúa el problema del siguiente modo: “La crisis general es una crisis
de reproducción de la sociedad (…) Puede ser catastrófico o puede desarrollarse
gradualmente en el tiempo, pero, como sea, se trata de procesos de crisis de
reproducción de la sociedad, de disolución de los lazos sociales, que afectan a
todos los sectores sociales. Y a medida que la crisis se profundiza, se agrava,
se prolonga en el tiempo, afecta mucho a la clase trabajadora y a los sectores
populares.
“Ese efecto disciplinante es muy importante sobre todo en períodos de
crisis de alternativa política. Porque ante la ausencia de alternativa
política, la clase trabajadora, si está movilizada y organizada, solo puede
tener cierta capacidad de bloqueo. Y el éxito en el bloqueo a la ofensiva
capitalista lo que tiende a provocar es una prolongación en el tiempo de la
crisis y, en algún momento, inevitablemente, su profundización. Entonces es ahí
donde el efecto disciplinante juega un papel importante. (...) La especificidad
de la estrategia de ofensiva neoliberal fue el uso de la coerción del mercado
como medio de disciplinamiento. (…) la violencia estatal estuvo orientada a
transformar las relaciones entre Estado y acumulación de modo que se convirtió
al mercado en un medio de disciplinamiento, de desorganización de la clase
obrera y de individualización de los comportamientos sociales. (...) En el
neoliberalismo la coerción del mercado se transforma en un arma política”.
Por eso necesitamos escuchar el malestar de la clase trabajadora, aunque no
se identifique como tal, y construir un horizonte que habilite la posibilidad
de estrategias anticapitalistas, antiimperialistas, antifascistas. Esto nos
lleva inevitablemente a abandonar mecanismos y modos de organización de los
estados y las economías que solo pueden existir en un sistema que está diseñado
para aniquilar a las mayorías y a los ecosistemas donde la humanidad existe. Debemos
dejar de naturalizar y normalizar los modos actuales de la existencia dado que
no debería resultarnos natural perforar la tierra hasta indecibles
profundidades; extirpar árboles, animales y personas de sus lugares nativos;
cubrir el cielo de satélites que bombardean la superficie con ondas
electromagnéticas. No es normal reventar átomos para generar explosiones
inimaginables; ni desertificar paraísos de selva y agua; o llenar el fondo de
los mares de cables de internet y las superficies de las aguas de micro
plásticos y botellas, y las profundidades intermedias de medusas sintéticas. No
admitir que esto no es normal es también una forma del negacionismo.
En una entrevista de 2011 Miguel
Benasayag —hablando sobre el elogio al conflicto— situaba que el trabajo no
se trata de reponer “la esperanza” en el marco de las luchas, sino de organizar
acciones intensivas para garantizar la vida psíquica de las personas, para que
exista luego la posibilidad de poder disputar algo más que la supervivencia. Señalaba que el discurso de la modernidad plantea un hacer que pretende anular lo
negativo, ofertando propuestas de un orden social que cohesionaría completamente,
anulando así los conflictos. Cuando en realidad, el humano real no es “el
hombre normal”, “racional”: encarnamos la contradicción, no buscamos
forzosamente nuestro bien, e incluso podemos desear fuertemente el mal. Esto es
lo que nos confronta con la ruptura de “la promesa” una y cada vez, dejándonos en
el desconcierto y la impotencia. Por ello es necesario construir un compromiso
político que no sea ordenado por la promesa a priori de un mundo ideal. Es
en la inmanencia de la situación donde se reencuentra el deseo, es el hacer
con lo que crea aquello que moviliza el deseo. Y poder interrogar qué es lo
que ordena la lectura de la acción es clave: ¿es la promesa de una sociedad
perfecta o la asimetría situacional concreta? Si logramos localizar y recortar
estas asimetrías concretas, lo que aparezca como contenido ideológico de las
acciones para responder a ellas será lo de menos. Lo que importa es que se pueda
decidir, que en el modo de leer la realidad haya un lugar para habilitarnos a asumir
un lugar que nos reposicione como sujetos políticos. Cada quien encontrará
su propia promesa que hará lazo con otres. No se trata entonces de recurrir a
un modelo utópico, cuando el mundo que se prometió garantizar (de un lado y
otro) fracasó. Se trata de hablar desde un modelo tópico, de crear una
horizontalidad para cuestionar y militar realidades concretas donde nadie pueda
decir, en nombre de un modelo abstracto, qué está bien o mal. Que ya no sea
posible permitir que el motor decisor sea una promesa que solo uno conoce y los
demás apenas intuyen o solo se limitan a seguir al modo de un acto de fe.
La solución no la tiene nadie. La salida es colectiva y hacia un espacio
que está por construirse con la materialidad de experiencias múltiples y
alternativas. Un mundo donde haya verdadera capacidad para la elección requiere
que las personas no estemos en la encrucijada de perder la vida o resignarnos a
sobrevivir como se pueda. Usemos la historia para poder hacer una lectura
dinámica de los desafíos que nos tocan. La historia no es “el pasado”, la
historia es actual y es presente. Y por favor, no olvidemos nunca que la única
respuesta al fascismo es el antifascismo.