Anoche el
calor y la ira se me confundieron. Como a tantos otros argentinos frente a la
noticia del fallo ominoso… porque sí, otra palabra no cabe a esta altura de la
historia, frente al fallo ominoso de la justicia tucumana, el calor que tenía y
la furia ciega se me confundieron.
Me dieron
ganas de gritar y patear cosas, y quemar otras. De escupir caras y putear y
putear muy alto. Me dio asco en el centro del estómago y más asco todavía
porque vivimos en este país de los
Derechos Humanos. Y más asco y más bronca porque sé que la justicia, sea o
no corrupta, tiene que laburar procesos armados sobre investigaciones mal hechas,
porque los que las llevan a cabo son los mismos hijos de bush que cometen todos y cada uno de los crímenes. Que sostienen
a este sistema proxeneta, patriarcal y machista que se llama capitalismo, y que
tanto dolor, y muerte, y miseria genera desde siempre. Pero claro, los que
tienen el poder son las minorías demacradas desde sus más íntimos fundamentos
éticos y morales (porque no es lo mismo una cosa y la otra, y todos tenemos
ambas).
Porque acá
no podemos más. Acá así, hace años, lustros, décadas, siglos, que no se puede
más. Que los únicos que nos jodemos somos las mayorías, que se empeñan en
atomizar como las “minorías” desde este discurso de mierda de los supuestos
Derechos Humanos (discapacitados, inmigrantes, mujeres, niños, pobres,
homosexuales, trans, y la lista seguiría…). Esta construcción mediocre que con
tanta desesperación venimos sosteniendo porque antes siempre fue un poco peor parece… Y sí, hablo con odio, con
odio de clase. Con odio de militante, porque yo también milité, milito y
militaré en el heterogéneo y complejo campo de los Derechos Humanos. Un campo semántico
de mierda y un campo político de imposible por complejo, por estar colmado de
grises que te estropean el estómago y hacen doler la cabeza… pero que también lleva
a victorias de vez en cuando.
Pregunté en
las redes sociales dónde estaba el país
de los Derechos Humanos anoche. Las únicas respuestas que obtuve
lamentablemente fueron en la misma dirección y con el mismo tenor amargo de mi
pregunta. Digo lamentablemente porque eso me confirmó que la locura no va hacia
donde apuntan los dedos que tienen voz y voto en Argentina hoy. Porque la gente
que contestó y que habló desde los primeros minutos posteriores a darse a
conocer el fallo (que buena palabra) de la corte tucumana estaban pensando lo
mismo que yo. Porque fueron la prueba que necesitaba para darme cuenta que no
era yo la que estaba desacatando el principio de realidad. Y una vez más odié
saber que todas las personas que militan para que la justicia sea un poco
mejor, cambiando los problemas de fondo, se tuvieron que comer el garrón una
vez más.
Acá no se
trata de discutir si la corte fallada
dictó un veredicto coimeado o no, corrupto o no. Se trata de dejar en claro que
tenemos que poder entender de una vez por todas que más allá de los actos, de
las palabras, de ciertas remociones y nombramientos: hay cosas que no están
cambiando. Hay cosas que no se quieren cambiar. Estoy cansada, como muchas
otras personas, de que se reduzcan los problemas a meras nomenclaturas, meras
formas y no se diga de una vez por todas que lo que está podrido es el sistema.
Estoy harta y asqueada que se reduzcan las discusiones de forma maniquea en
este país. Que si no estás con el famoso “Proyecto de País”, o sos un marginal
que no existís, o le estás haciendo el juego a la derecha. Marginal soy seguro,
pero no por minoría, pero ¿de qué derecha me hablan? Y lo pregunto de verdad,
porque a esta altura quiero saber, de qué mierda se tratan todas estas categorías
abstractas.
La trata de
personas en este país (y en todos lados) es tan vieja como el sol. La trata de
personas y la prostitución están juntas, son lo mismo, responden al mismo patrón, tienen la misma lógica y son los
mismos actores los que las perpetran y las sostienen en el tiempo. La desigualdad
y el acceso a derechos van a seguir estando en la misma relación hasta tanto
las cosas no cambien. Estoy harta de tener que ser políticamente correcta y
hablar de cosas que están relacionadas como si esta relación no fuera necesaria
e inherente. Como si existiera efectivamente un ámbito abstracto, un lugar
neutral desde donde se puedan analizar las cosas independientemente del
contexto histórico en el que se dan.
Las
visiones avanzadas en materia de derecho penal, de derecho civil, de derecho no-sé-qué-otra-cosa-más,
hoy me importan tres carajos, y me importan tres carajos cuando todos los días
siguen pasando las mismas cosas. Y ojo, yo sé que es importante se cambien
algunas cosas desde arriba. Las leyes por ejemplo. Pero estoy cansada de tener
que hacerme siempre la pelotuda y dejar pasar, porque es así… hay que poder
discutir, hay que quedarse en el barro
si se quiere hacer política… porque
no hay que dar argumentos a los enemigos y dejarlos hacer creyendo una cosa,
porque después eso nos dará la libertad para hacerlos cagar fuego.
Creo que de
vez en cuando está bien recordar que esto sigue siendo una verdadera y gran
cagada. Y que eso no necesariamente es ser un aguafiestas, un amargado, un
resentido… o mejor aún, que se lo recuerda porque es verdad: uno es un aguafiestas,
un resentido y muchas veces un amargado porque ese es el lugar social en el que
estamos. Somos los ahogados, los golpeados y amedrentados de múltiples maneras
y los destinatarios de toda la hiel que este sistema nos vomita todos los días
cuando nos hacen mierda nuestra educación, nuestra salud, nuestro trabajo y no
nos dan otra cosa que miseria en cómodas cuotas y una promesa de ampliación de
derechos que queda en meras palabras. Porque está bien, ahora las leyes no
mueren en un cajón como antes, pero todos sabemos que hay varias formas de la
muerte… en este país y en muchas otras partes del mundo.
Esto, sigue
siendo una verdadera e inmensa cagada. Y más nos vale que no nos olvidemos
nunca que es así… hasta que nos propongamos a cambiarlo.
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