Foto de Leandro Aliano
Hacer una
crítica en base a un gesto es tramposo. Muy tramposo. Y además, odiosamente efímero.
No voy a
hablar de la ex ESMA, porque es meterme con la vida y la muerte de muchos
compañeros. Porque es hablar por boca de jarro de algo que no me tocó más que
históricamente, no de forma personal… aunque la familiaridad tenga muchas
formas y se cuele por todos lados, sobre todo en esta forma privilegiadísima en
Argentina que es la ominosa.
Yo quiero
hablar de la memoria, la verdad y la justicia. Con minúscula, porque sí. Estoy cansada
de las grandilocuencias, de la supuesta efectividad de la instauración de los
discursos y las sensibilidades populares que generan consenso y sólo supo hacer
el kirchnerismo. Pero no porque me desagrade hablar de eso, o porque tenga
miedo del poder, o mi sensibilidad sea reaccionaria. Sino porque no está bueno
ponerse a discutir sobre meros velos. Porque esa no es mi agenda, porque esa no
es mi forma de concebir lo popular, sea lo que carajo sea que signifique eso. Además
de que es una gran falacia que la única forma de lo popular sea la construida
por el kirchnerismo. A lo sumo tendríamos que hablar sobre cómo el kirchnerismo
tomo aspectos de la cultura popular y nos convenció que eran productos del peronismo.
Quiero hablar
de la memoria, de la verdad y la justicia. Porque no se trata de construir sólo
a partir de lo que pasó. O mejor dicho, se trata de restituir, memoria, verdad
y justicia a lo que pasó y a lo que está pasando, de una forma donde sí importen los medios
para esos fines. Y no porque una sea una purista, una principista, o una pelotuda ingenua.
No quiero
ser políticamente correcta de forma preventiva. Acá no hay que aguantar las
toscas de nada, porque la democracia no peligra, porque la subjetividad del
pueblo no peligra, porque la gente por suerte sabe pensar muy bien sola. Y lo
que piensa, lo hace por cuenta propia, y no porque un grupo monopólico y
maléfico les lava el cerebro. Es aburrido y extenuante escuchar y leer discusiones
reducidas una y otra vez a esta perspectiva, maniquea, simplificada (que no es
lo mismo que simple). En términos bien burdos: “la corpo” versus El Gobierno de
los Derechos Humanos.
Yo tengo
memoria. Soy patagónica: me crié en el culo del mundo, la provincia de Chubut,
justo arribita de Santa Cruz. Sé quiénes son los Kirchner, qué hacían durante
la dictadura y cuando volvió la democracia… sobre todo en la época de Menem.
Miraba los discursos de la que hoy es nuestra presidenta, cuando no era más que
una legisladora de provincia.
Yo tengo
memoria, crecí como mujer políticamente activa en la ciudad de La Plata. Fui testigo
entre el dolor y desconcierto por la desaparición de Jorge Julio López, de la felicísima
condena al asesino de Etchecolatz, yo estuve ahí. Nadie me lo contó, y fue en 2006,
durante el mandato de Néstor Kirchner… y ya pasaron seis años. Y no se sabe
nada, nada más que lo que todos sabemos que es que se ensució la causa y que no
hay voluntad política para reformar de raíz a la maldita bonaerense.
Yo tengo
memoria. Sé muy bien quién es Julio Alak, me acuerdo de su gestión platense
alimentando la criminalización de la pobreza y la niñez; (también me acuerdo de
todas las denuncias que el otro forro de Bruera le hizo cuando estaban
disputando el feudo capitalino). También sé muy bien quién es Aníbal Fernández
(Puente Pueyrredon no se olvida, a Mariano Ferreyra no se lo olvida), aunque ahora
se haga el copado y saque proyectos de leyes por la despenalización de la
marihuana, y sobre otras temáticas delicadas.
Y como
tengo memoria, sé cuál es la verdad con minúscula, la verdad histórica. Que no
es grandiosa ni ilustre, que es una verdad que no precisa grandes dispositivos
simbólicos que la sostengan porque es. Y todos los que la vivimos podemos
saberla sin tener que hacer ningún mérito para alcanzarla. Y que es la que construyó
mi sentido de justicia, mi ética y mi moral militante. Una concepción de
justicia que no puede deshacerse de la memoria y de la verdad, por más
argumentos sobre el “deber ser” de la “táctica” me den. Porque el fin justifica
los medios, cuando el fin, los principios básicos, son legítimos; y los medios
posibles (existentes y por crear), se recortan de ello.
Yo no critico
este gobierno por un asado. Lo critico por las espantosas contradicciones que
tiene. Porque si vamos a hablar de violencia de género, que nuestra agenda no
sean los calificativos machistas que se le destinan a la presidenta; violencia
de género es que no se apruebe una ley que proteja a las mujeres cuando deciden
interrumpir un embarazo. Porque a mí tampoco me caen bien los milicos y los
gendarmes, pero no me simpatizan mucho más los que judicializan la protesta
social, votan leyes antiterroristas y recurren a represión tercearizada. Porque
tampoco me cabe la oligarquía terrateniente de la Sociedad Rural, pero me caen
muy mal también los que hablan de pluralidad y democratización, y después
despojan a los campesinos de sus tierras, fomentan el monocultivo y el uso de
agrotóxicos. Porque sé que las patronales agrarias son la peste, pero no le
creo a alguien que dice que opina lo mismo y después vota leyes contra los trabajadores
a pedido de la UIA.
Por eso
también me parece una boludez decir que la discusión es sobre si se sacralizan
o no los lugares ganados al terror. Porque la memoria no se restituye solo
recuperando lugares históricos con gestos como descolgar cuadros; que son
hechos, que interpelan, es verdad, pero que no son más que eso. La memoria se
restituye desde el presente y debe superar los gestos, los cambios semánticos
que corren el riesgo de convertirse en un icono más. En una marca registrada,
quieta
No es el
asado, es quién lo come. No es la fiesta de la argentina lo que me molesta, es
quién se lleva el mérito, quién la organiza y esconde en la cocina a los que no
pueden disfrutarla, porque siguen “doblando el lomo para que otros doblen sus
bienes”, y deja en la calle a quienes ni siquiera la ven de lejos.
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