29.3.13

El problema del discurso y la política



Sostener el liderazgo en base a imágenes altamente cargadas de simbolismos y solo eso, lleva a que -con el tiempo, y por su propio peso- caiga redondo como lo que es. Y no porque fracase, ojo… lejos estoy de afirmar algo así. A lo que me refiero es a que una cosa es lo que se dice y otra lo que se hace. Y eso, en política sobre todo, se paga. Nuestro gobierno actual, construye un poder que no se encuentra en línea con mucho de lo que en su discurso podría llegar a inferirse. Le guste a quien le guste, las alusiones permiten un margen de ambigüedad que dejan el cierre de sentido al otro y a sus expectativas históricas. Lo lamento.
Hay cosas que parece que nunca cambian, y está muy bien que así sea: ser de izquierda en este país nunca te deja en un sitio cómodo. Sobre todo porque el “peronismo progresista”, por los motivos que sean, ha sabido históricamente posicionarse en un discurso que nos deja bien como el culo. Pero justamente una cosa es lo que puede decirse de la realidad, y otra es lo que se hace con ella. La presidenta, en el marco del 37 aniversario del último golpe, se ha referido a la izquierda con los mismos términos muy poco cuidados con los que ya desde hace años se escuchaban de boca de sus “jóvenes maravillosos” en este y otros temas delicados. Hecho al menos llamativo, por ser la Sra. Fernández una mujer muy inteligente y astuta para sostenerse en su lugar de poder.
La agenda política, desde 2003, la tiene el kirchnerismo. Con el simple gesto de cambiar unos cuadros de lugar, sacar un par de leyes y decretos, y retomar ciertas simbologías setentistas consiguió lo que ninguna fuerza política que respete la democracia, logró en treinta años. El poder y la voluntad política kirchneristas dieron por tierra discursos reaccionarios históricos y configuraron un sentido común en el que hablar de política, militar, discutir, analizar y apostar a un paradigma de “ampliación de derechos”, “justicia social”, “dignidad de los trabajadores”, “capitalismo serio/ en serio” es posible. Pero insisto, una cosa es el discurso y otra la política. Aunque siempre estén directamente relacionados; no siempre son correlatos la una del otro. Eso es algo que, en este proceso de diez años, el kirchnerismo ha dejado más que claro.
Los espacios de memoria ganados al Terrorismo de Estado, se convirtieron en museos. La Memoria, la Verdad y la Justicia, son operadores práxicos solo aplicables a los crímenes cometidos por el último gobierno de facto. La democracia es impoluta, y peor aún la democracia es un concepto ideal y totalmente naturalizado, es decir: invisibilizado.
El Terrorismo de Estado y su modus operandi, fue caracterizado como una dictadura cívico-militar; pero ya aquí hay que hacer una observación: es solo parcialmente cívico. A Ledesma y los demás cómplices de la dictadura, aliados tácticos o programáticos del gobierno –poco importa el detalle-, no se los toca.
La Iglesia Católica Apostólica Romana, nada tiene que ver con los crímenes de lesa humanidad que se cometieren en la República Argentina de los Derechos Humanos. Bergoglio, el cardenal Bergoglio, que militara fervientemente las consignas defensoras de la familia occidental y cristiana, las políticas reproductivas que anulan a la mujer como sujeto de derechos, que colaborara para entregar a otros curas en a la dictadura, no parecen ser motivos suficientes, o del peso específico necesario, como para aplacar el fervor cristiano que provocara su asunción como el Rey de los Católicos. Y menos que menos aún “profundizar el modelo” y avanzar en la construcción de la Memoria, que indica que la última dictadura tuvo tres y no dos patas.
Se supone una disminución del desempleo y una lucha contra el empleo en negro en general pero… No se ha hecho más que reducir el número de indigentes, a costo de pagar los trabajadores todos con empleo precarizado y tercerizado. Sin contar los platos rotos de la economía nacional (impuestos, inflación, congelamiento de sueldos, subempleo, destrucción de los sistemas públicos de salud y educación, desregulación de los alquileres, imposibilidad de ahorro e inversión…); o las disputas políticas internas del peronismo que se traducen en crisis sociales al interior de las principales provincias (Buenos Aires, Córdoba, Santa Fe) y de las demás por depender directamente del presupuesto nacional.
El sistema educativo está recontra podrido por donde se lo mire, y no hay voluntad política para cambiarlo. Las paritarias docentes nacionales y provinciales se cierran unilateralmente y por decreto: aumentos que promedian un 25% en cuotas, que significan nada a raíz de una inflación que se niega sistemáticamente. La mitad del presupuesto de la educación privada (mucha de ella, representante de las filosofías y políticas de algún culto religioso) es subvencionado por el Estado Nacional que es laico. Las escuelas públicas, nacionales y provinciales se caen a pedazos. Los sueldos de los docentes son una gran mentira que consta de un básico irrisorio al que se adosan bonificaciones “en negro” que no repercuten ni en su caja jubilatoria, ni en su antigüedad.
El sistema de salud se cae a pedazos y apesta, y no hay voluntad política para modificarlo. Se sancionan leyes nacionales y provinciales que son hermosas, pero no tienen sustento práctico alguno. Los hospitales públicos no tienen insumos. La mafia de las obras sociales y laboratorios son las que tienen el poder sobre las políticas en salud que se implementan por acción u omisión. Los trabajadores de la salud estamos precarizados, tercerizados, faltos de marcos normativos regulatorios y de defensa.
              
Ser de izquierda en este país siempre es incómodo. Si realmente se sostiene uno en esta agenda, se convierte en un verdadero dolor de cabeza hacia dentro y hacia fuera. Las palabras tienen mucho alcance. Por suerte lo hemos comprobado más de una vez: para los casos que sirvieron a nuestras derrotas, como para las recientes victorias. Pero a diferencia de las palabras, la política no permite el mismo “margen de error”. La política nunca miente. Y los límites del discurso, los marcan los hechos. En eso la izquierda es la que más experiencias a favor tiene, y demuestra que con o sin victorias, no perdió la política, y pocas veces se perdió en ella. Aquí no se trata de contar militantes como si de cabezas de ganado habláramos. Le guste a quién le guste, aquí se trata de dilucidar qué tipo de poder político se está queriendo construir. Lo lamento.

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