29.10.10

Terrazas


Secó la punta de sus dedos en el borde de su vestido. Corrió su pelo de la cara con un movimiento suave como de paso perezoso, como si sus dedos fueran un gato que sale de entre a ropa limpia apilada sobre la cama y se escabulle por la ventana al sol. Casi suspira, o suspira levemente, y con una mano toma la bolsa de los broches mientras con la otra abre la puerta.
Sube las escaleras y escucha el ruido de sus pantuflas en los escalones. Alguien destrabo la ventana del entrepiso, se detiene brevemente y pasa la yema de los dedos por el broche roto que traba la cerradura, ahora acomodado en el marco de la ventana.
Los cuarenta escalones que la separan de la terraza se extienden como un mosaico de plantas rojas parásitas, o estantes antiguos, levemente inclinados, y las bolsas de residuo son libres, y las botellas vacías pequeños animales encantados.
Llega a la puerta, y el pelo nuevamente se escurre sobre su frente, como peces, como ramas finas de un helecho prehistórico, o las plumas de algún ave suave y sincera, de oscuro plumaje y canto siniestro. Sus dedos automáticamente recorren su frente hacia arriba arrastrando el cabello como si fueran hojas que el viento empuja suave y firme por la vereda de junio.
La terraza es una bañera llena de luz y sus ojos se emborrachan de cielo y cuerdas de ropa al sol. Toma una bocanada de aire por la nariz sin hacer ruido y deja escurrir sus ojos siguiendo la linea de los cables de la luz y el teléfono, las cuerdas de la ropa: unas paralelas de fuga que se unen mas cerca que el infinito.
Toma uno por uno los broches y los prende cuidadosamente de su remera, mientras carga al hombro las prendas que va descolgando. Ella sabe que a veces sueña con animales alados que huelen a algodón y le besan los dedos para que no los use en tareas mundanas, y son ellos los que descuelgan la ropa por ella, que ahora son prendas de plumas oscuras y suaves como sus cabellos.
Uno por uno los broches van llenando su remera, el ruedo el borde de los pequeños bolsillos. El corazón se le oprime levemente y no puede evitar detenerse conteniendo el aliento y estrujando su pollera. Cree que recuerda algo, pero ya no sabe si fue cierto o solo otro sueño: como los pájaros o las plantas, o esas grandes bibliotecas que se inclinan a su paso para elevarla con las alas por las lineas de fuga; hasta el sol, que huele a ropa recién descolgada y regala palabras al cielo o a quien se atreva a cerrar los ojos y abrir la boca.