19.11.19

La épica del vengador


Fui a ver The Jocker hace poco pero hace un tiempo ya. Muchas cosas se han dicho ya de esta película, pero me gustaría poder compartir algunas ideas que me quedaron resonando. Voy a empezar por destacar lo más obvio, pero no menos importante:

Me gustó la actuación descomunal de Joaquin Phoenix, la dirección de cámara, la fotografía, la música, el guion (es una historia bien narrada). Como película, como objeto estético es impecable. Creo que es la primera vez que me pasa que dejo de leer los subtítulos y me dedico a escuchar porque necesito imperiosamente no perder un solo detalle de lo que se está narrando visualmente lo que me llevó a notar una mala traducción en un momento crucial de la película, que más adelante retomaré.
Sin embargo, y a diferencia de muchas personas, no conseguí identificarme con el personaje. No me entristeció su historia, no me éxito que se convirtiera en el "héroe" de los pobres despreciados y violentados por la burguesía de Gotham City. No pude reírme con ninguno de los chistes negrísimos y guiños bizarros de la película (que son muy buenos todos). Me acompañó más bien una sensación de mucho malestar durante toda la película y bastante tiempo después.
Lo que sí me dio mucha tristeza fue la representación de la sociedad estadounidense que allí se ofrece. Una sociedad que solo puede pensar el despertar de una revuelta social inspirada por un "héroe". Y ojo, aquí uso el término en el sentido de la individualidad carismática con quien las masas pueden identificarse. No se trata tanto de qué tipo de valores son los que se portan, sino la forma de interpelar al resto. Un tipo que decide hacer carne el estigma social y cultural de ser pobre y loco, y sacrificarse en el mismo acto de su venganza. Porque a diferencia de lo que en otras críticas leí, el Jocker no es un psicópata, el Jocker nunca pierde la empatía por los demás: ni por su madre, ni por los demás miserables… incluso aquellos que lo violentaron y lo volverían a hacer. Todo lo que realiza lo hace desde el dolor profundo y defensa maníaca a todo eso que lo está aniquilando, nunca deja de obedecer a quienes le dijeron durante toda su vida que su existencia no tiene ninguna razón de ser, que para lo único que sirve es para ser desechado como la mierda que es. Y ese es el final imaginado por el personaje, solo que hasta eso le sale mal.
El Jocker no es un misógino, ni un psicópata. Es un tipo que pergeña una performance que está a medio camino de una sublimación artística, cuando se venga en vivo y en directo de su figura paterna idealizada. Elige no volarse los sesos, sino devolver todo el odio de modo casi metafórico plasmado en esa frase registrada en su cuaderno mugriento, y mal traducida por los subtítulos: “lo malo de tener una enfermedad mental es que la gente hace como que no”. Sabe perfectamente que su destino es el encierro, y en un punto pareciera que es un alivio para él. Su destino final es encontrar un lugar que finalmente lo aloje, como deshecho social, como eso abyecto que debe ser confinado y eternamente estigmatizado.
Pero volviendo a la figura del “héroe”… Oprimidos habemos en todos los países, incluso en los que son potencias mundiales como Estados Unidos: Grandes Naciones que subsisten a costa del hambre y la miseria de miles de sus propios pobladorxs. Personas con cuerpos singulares e históricos profundamente marcados por las violencias, que sin embargo no consiguen empalizar con el resto de los miles de millones del continente y de otras partes del mundo, que sufren a raíz de las políticas internacionales de sus gobiernos.
No pensaba escribir nada sobre esta película en realidad, pero hace unos días me topé con la foto del joven chileno que perdió los ojos después de haber sido brutalmente torturado por los pacos hijos de la mismísima mierda de Piñera y sentí que no pude más. Sentí que no soporto tanta crueldad y la imposibilidad de construir como sociedades nuestros propios cánones de belleza revolucionaria cuando están allí hace décadas, y en cambio quedamos enganchados del horror que nuestros opresores nos enseñan.
¿Por qué se celebra al Jocker, cuando tenemos miles de personas que se acuerpan en colectividades potentes, que no solo combaten la crueldad infinita de los Estados genocidas, racistas y colonialistas; sino que crean sus propios íconos y símbolos, que a su vez son tomados por otras partes del mundo? ¿Por qué seguimos consumiendo la erótica bárbara de los individualismos patologizados? ¿Por qué insitimos con el romanticismo patriarcal del imperio, cuando tenemos la potencia de los feminismos y las mariconadas, marrones, negras, sudacas?
No estoy en contra de The Jocker. Siento que en algún sentido no es más que la versión de Taxi Driver o American Psycho del siglo XXI. Es que no puedo dejar de pensar en todas las fotos que nos muestran otras estéticas, otras éticas… otras eróticas de la insurrección revolucionaria, desde Palestina hasta Chile. Desde Abya Yala, hasta Kurdistán.



17.2.19

Relaciones tóxicas. Cuestionamientos tóxicos. Feminismos y revolución de los afectos.


Fragmento de un cuadro de Adriana Varejão

Hasta donde tengo entendido, el ya popular término “relación tóxica” proviene de cierta perspectiva sobre lo vincular que habla de la “mala gestión” de los afectos donde una de las partes se encuentra en clara asimetría con la otra, percibe con mayor o menor intensidad el malestar que le provoca el vínculo y paulatinamente ve mermadas sus capacidades autogestivas en las esferas de la voluntad, los afectos y el pensamiento. Puntualmente es un término que se utiliza para describir patrones vinculares lesivos en relaciones sexo afectivas de pareja y que se extiende a otros vínculos tales como la amistad o relaciones sociales en el entorno laboral. Este término se deslizó a ciertos desarrollos en torno a estas temáticas desde una mirada crítica donde lo que se trata de visibilizar la reproducción de ciertos patrones patriarcales y macro o micro machismos, cuando el “tóxico” de la pareja es el varón.

Es importante aclarar aquí algo que a esta altura puede resultar una cuestión de Perogrullo, pero que en el terreno de la política de los afectos y de la clínica para quienes nos dedicamos a la salud mental- nos lleva a terrenos pantanosos si no se distingue adecuadamente. No es lo mismo Patriarcado que machismo.

Desde los feminismos podemos entender al Patriarcado como la afirmación de la hegemonía masculina refiriendo concretamente a una situación de dominación y explotación de las mujeres e identidades feminizadas (niñxs, lesbianas, travestis y trans y varones no hegemónicos) que se basa en la firme creencia de la superioridad natural de los varones en las esferas de lo público, construyéndose así una sociedad androcéntrica, cis heteronormada y donde este poder necesita reactualizarse constantemente en y a través de la violencia.

El machismo, en cambio, es la política efectuada por acción u omisión para sostener las desigualdades estructurales que hacen del sistema patriarcal la matriz de las relaciones de poder en nuestras sociedades. El machismo puede ser una política concientemente llevada adelante o no. Y no es exclusiva de quienes son codificados como varones hegemónicos dentro de las sociedades.

A veces los varones heterosexuales también hablan de “relaciones tóxicas” a la hora de describir los conflictos más o menos violentos que tienen en ciertos vínculos con mujeres que en general son sus parejas (mantienen relaciones sexo afectivas). Esto se puede dar por dos motivos: el primero (el más frecuente) es porque se encuentran en una relación donde la mujer le cuestiona sus privilegios “a cada paso”. Es entonces cuando los oímos esgrimir argumentos de no implicación en la problemática o eximición de las responsabilidades desde el discurso de la importancia del “buen trato” o “trato amable para marcar las cosas”, reclamándole a la mujer que asuma un papel docente con él (posición pedagógica de las feministas). Aquí es donde podemos pensar esto de lo “tóxicos” que pueden ser los cuestionamientos para los varones que no desean ser visibilizados en el ejercicio de sus privilegios.

El segundo caso menos frecuente, pero existente también-, es que existen varones que se encuentran en una relación violenta con una mujer que en ocasiones se sirve de discursos en apariencia feministas para abusar simbólica y psicológicamente de ellos. No sé si amerita hacer una ampliación sobre este tema, pero como aclaración diré que las llamadas personalidades narcisistas, psicopáticas e incluso perversas no son exclusivas de los varones, y los mecanismos de manipulación, coerción, inoculación de culpa, entre otros, pueden servirse de cualquier discurso… hasta de los más revolucionarios. O incluso aventurarme y decir que así como no todos los varones violentos son enfermos, aunque todos sí hijos sanos del Patriarcado; hay mujeres que no están enfermas y son sanas hijas del Patriarcado.

En cualquiera de los dos casos, es muy importante el concepto “apropiación del discurso” como mecanismo que el patriarcado y el capitalismo tienen para reabsorber dentro del sistema todo aquello disruptivo y potencialmente desarticulador. Y aquí es donde quiero poder problematizar la noción de "relación tóxica". Algo tóxico es un agente extraño que invade y corrompe por contacto casual, o por ser inoculado por un tercer agente. Por ello considero que es necesario cuestionar el concepto “relación(es) tóxicas”, primero porque quita agencia a las partes e inventa un tercer elemento (el tóxico) que está por fuera de la historia y no responde a las relaciones humanas en sí.

El discurso que se construye desde los feminismos y los desarrollos queer, tiene la potencia de cuestionarlo todo. Literalmente todo. Tiene el valor de revolucionarnos desde lo más profundo que es lo personal y convertir la política en virtualidades hasta ese momento (este momento) inexistentes. Y requiere, necesariamente, arrancar del plano de la naturaleza todo aquello que responde a lo humano y las características que ello implica. Sobre todo a la variable nunca desestimable que implica el ejercicio del poder hegemónico de una clase sobre otras. Esto que ocurre cuando se oculta el contrato sexual –división entre lo público y lo privado- (Pateman, 1988) detrás del que se instituye como el primer derecho del pacto social: la propiedad privada. Así como también nos debe interpelar para poder pesar que la categoría “género” debe ser deslindada de todo lastre que la reduzca a una mera cuestión de “identidad” o “roles”, ya que hay una heterogeneidad interna que debe articularse necesariamente con la etnia, la clase, la edad, la orientación sexual... En resumidas cuentas, deshacernos de los procesos de naturalización que se dan con este concepto y que le restan fuerza como categoría de análisis (Bonder, 1999).

Pero mi interés esta vez no son las digresiones teórico-filosóficas, sino poder plantear a las compañeras heterosexuales desde dónde pienso yo el desafío en las políticas del amor que nos toca diseñar y sostener. Frente a la necesidad de no retroceder frente a los mandatos patriarcales, poder discernir adecuadamente entre los machismos de alta, media y baja intensidad, y al mismo tiempo tratar de construir desde el amor no patriarcal. Pareciera una empresa imposible ¿verdad?

Cada vez más se esparce como reguero de pólvora una política de tolerancia cero con los varones (cis) herterosexuales. No dejarles pasar una es la consigna. Estoy de acuerdo con esta política, aun cuando el precio sea el peor de los exilios. Pero también sobre esta ola aparecen críticas a algunas compañeras que plantean que “no hay que relacionarse a través del conflicto”, como contraargumentación a la pregunta “¿cómo te vas a relacionar si no es a través del conflicto con un compañero que se ofende y te dice ‘tóxica’ porque le cuestionas sus privilegios?”. Entiendo que esta pregunta emerge de las reflexiones donde se visibiliza a la violencia como única herramienta para cuestionar los mecanismos de estigmatización y silenciamiento sistemáticos del Patriarcado. El viejo argumento de: el fuego con fuego se detiene.

Creo aquí que esta línea de razonamiento puede que encierre una trampa. ¿De verdad la única forma de construir una contrahegemonía es dentro de las lógicas que sostienen y dan forma al patriarcado como sistema? Y no estoy hablando de una salida hippie o pacifista, negacionista de los conflictos, donde maniacamente se sostenga que con amor todo se soluciona.

Justamente de amor se trata, y el amor no es un afecto más especial que otros, no es más que una de las tantas propuestas vinculares que la humanidad ha logrado desarrollar. Lo que sí me interesa resaltar es justamente esto: la forma de encarar la vincularidad ¿será mediante alguna forma de asimetría? ¿No podemos acaso plantearnos un programa político que implique un pacto moral colectivo? (Maffía).

A la pregunta “¿cómo te vas a relacionar si no es a través del conflicto con un compañero que se ofende y te dice ‘tóxica’ porque le cuestionas sus privilegios?”, yo repreguntaría: ¿por qué querría relacionarme con un varón que se ofende porque señalo sus privilegios y cómo los ejercita impunemente, sometiéndome a mí afectiva y físicamente?, ¿por qué debería llamar ‘compañero’ a un varón que me posiciona nuevamente en la dialéctica más patriarcal de todas: la del amo y el esclavo, y me empuja a desear ser la Santa Inquisición del machirulaje?

Yo aquí es donde me abstengo, como Bartleby, y me sostengo en la política de “I would prefer not to” (preferiría no hacerlo). ¿Me va mejor acaso? De ninguna manera. Pero si de algo estoy segura, es que no voy a permitir que todas aquellas que fueron quemadas en hogueras y asesinadas de maneras cruentas para que yo hoy esté acá sean mi excusa para identificarme en los métodos con nuestro opresor. Me sostengo en la enseñanza de Susy Shock y repito todos los días: Yo, no quiero ser parte de esa humanidad.