23.12.12

12.12






El apocalipsis:

somos nosotros





Llegar al 31 de diciembre y sacarse los zapatos. Como quien llega a su casa después de un lago día de trabajo. Y mira para abajo, a los pies, porque sabe que cuando alce los ojos encontrará justo aquello que deberá estar allí. Lo que de a poquito fue juntando a lo largo de los días mientras soltaba las cosas que le iban saliendo.
Llegar al 31 de diciembre y sacarse la mochila. Dejarla sobre la misma silla de siempre y sentir el perfume inconfundible de lo conocido, por eterno, por irremediablemente ajeno a nosotros. Justo como todos esos recuerdos de la infancia que te llegan de repente, de vez en cuando. Y no levantar la vista rápido. Porque ya se sabe que allí no habrá ninguna otra cosa que la que allí deba estar.

Llegar, y encontrar sin buscar. Y sentirse a salvo, sin mucho romanticismo de por medio, sentirse a salvo. Sobre los propios pies. Sentirse real otra vez, y quizá por eso angustiarnos un poco. Y entender otra vez que la soledad y la compañía no dependen de quienes nos rodeen o no. Que hay cosas que no se pueden medir o pesar si no se tienen las justas dimensiones de la caja de resonancia que es nuestro propio cuerpo y cómo nos dejará la única certeza saludable que podamos encontrar: con o sin nosotros, la vida va a seguir pasándonos.

12.12.12

El país de los Derechos Humanos




Anoche el calor y la ira se me confundieron. Como a tantos otros argentinos frente a la noticia del fallo ominoso… porque sí, otra palabra no cabe a esta altura de la historia, frente al fallo ominoso de la justicia tucumana, el calor que tenía y la furia ciega se me confundieron.

Me dieron ganas de gritar y patear cosas, y quemar otras. De escupir caras y putear y putear muy alto. Me dio asco en el centro del estómago y más asco todavía porque vivimos en este país de los Derechos Humanos. Y más asco y más bronca porque sé que la justicia, sea o no corrupta, tiene que laburar procesos armados sobre investigaciones mal hechas, porque los que las llevan a cabo son los mismos hijos de bush que cometen todos y cada uno de los crímenes. Que sostienen a este sistema proxeneta, patriarcal y machista que se llama capitalismo, y que tanto dolor, y muerte, y miseria genera desde siempre. Pero claro, los que tienen el poder son las minorías demacradas desde sus más íntimos fundamentos éticos y morales (porque no es lo mismo una cosa y la otra, y todos tenemos ambas).

Porque acá no podemos más. Acá así, hace años, lustros, décadas, siglos, que no se puede más. Que los únicos que nos jodemos somos las mayorías, que se empeñan en atomizar como las “minorías” desde este discurso de mierda de los supuestos Derechos Humanos (discapacitados, inmigrantes, mujeres, niños, pobres, homosexuales, trans, y la lista seguiría…). Esta construcción mediocre que con tanta desesperación venimos sosteniendo porque antes siempre fue un poco peor parece… Y sí, hablo con odio, con odio de clase. Con odio de militante, porque yo también milité, milito y militaré en el heterogéneo y complejo campo de los Derechos Humanos. Un campo semántico de mierda y un campo político de imposible por complejo, por estar colmado de grises que te estropean el estómago y hacen doler la cabeza… pero que también lleva a victorias de vez en cuando.

Pregunté en las redes sociales dónde estaba el país de los Derechos Humanos anoche. Las únicas respuestas que obtuve lamentablemente fueron en la misma dirección y con el mismo tenor amargo de mi pregunta. Digo lamentablemente porque eso me confirmó que la locura no va hacia donde apuntan los dedos que tienen voz y voto en Argentina hoy. Porque la gente que contestó y que habló desde los primeros minutos posteriores a darse a conocer el fallo (que buena palabra) de la corte tucumana estaban pensando lo mismo que yo. Porque fueron la prueba que necesitaba para darme cuenta que no era yo la que estaba desacatando el principio de realidad. Y una vez más odié saber que todas las personas que militan para que la justicia sea un poco mejor, cambiando los problemas de fondo, se tuvieron que comer el garrón una vez más.

Acá no se trata de discutir si la corte fallada dictó un veredicto coimeado o no, corrupto o no. Se trata de dejar en claro que tenemos que poder entender de una vez por todas que más allá de los actos, de las palabras, de ciertas remociones y nombramientos: hay cosas que no están cambiando. Hay cosas que no se quieren cambiar. Estoy cansada, como muchas otras personas, de que se reduzcan los problemas a meras nomenclaturas, meras formas y no se diga de una vez por todas que lo que está podrido es el sistema. Estoy harta y asqueada que se reduzcan las discusiones de forma maniquea en este país. Que si no estás con el famoso “Proyecto de País”, o sos un marginal que no existís, o le estás haciendo el juego a la derecha. Marginal soy seguro, pero no por minoría, pero ¿de qué derecha me hablan? Y lo pregunto de verdad, porque a esta altura quiero saber, de qué mierda se tratan todas estas categorías abstractas.

La trata de personas en este país (y en todos lados) es tan vieja como el sol. La trata de personas y la prostitución están juntas, son lo mismo, responden al mismo patrón, tienen la misma lógica y son los mismos actores los que las perpetran y las sostienen en el tiempo. La desigualdad y el acceso a derechos van a seguir estando en la misma relación hasta tanto las cosas no cambien. Estoy harta de tener que ser políticamente correcta y hablar de cosas que están relacionadas como si esta relación no fuera necesaria e inherente. Como si existiera efectivamente un ámbito abstracto, un lugar neutral desde donde se puedan analizar las cosas independientemente del contexto histórico en el que se dan.

Las visiones avanzadas en materia de derecho penal, de derecho civil, de derecho no-sé-qué-otra-cosa-más, hoy me importan tres carajos, y me importan tres carajos cuando todos los días siguen pasando las mismas cosas. Y ojo, yo sé que es importante se cambien algunas cosas desde arriba. Las leyes por ejemplo. Pero estoy cansada de tener que hacerme siempre la pelotuda y dejar pasar, porque es asíhay que poder discutir, hay que quedarse en el barro si se quiere hacer políticaporque no hay que dar argumentos a los enemigos y dejarlos hacer creyendo una cosa, porque después eso nos dará la libertad para hacerlos cagar fuego.

Creo que de vez en cuando está bien recordar que esto sigue siendo una verdadera y gran cagada. Y que eso no necesariamente es ser un aguafiestas, un amargado, un resentido… o mejor aún, que se lo recuerda porque es verdad: uno es un aguafiestas, un resentido y muchas veces un amargado porque ese es el lugar social en el que estamos. Somos los ahogados, los golpeados y amedrentados de múltiples maneras y los destinatarios de toda la hiel que este sistema nos vomita todos los días cuando nos hacen mierda nuestra educación, nuestra salud, nuestro trabajo y no nos dan otra cosa que miseria en cómodas cuotas y una promesa de ampliación de derechos que queda en meras palabras. Porque está bien, ahora las leyes no mueren en un cajón como antes, pero todos sabemos que hay varias formas de la muerte… en este país y en muchas otras partes del mundo.

Esto, sigue siendo una verdadera e inmensa cagada. Y más nos vale que no nos olvidemos nunca que es así… hasta que nos propongamos a cambiarlo.

3.9.12


saber
el pasado delante,
aquello
que podemos ver.

13.6.12

Carta abierta a la comunidad

Me cuesta comenzar desde algún lugar a contar esta historia, que es parte de mi realidad, pero es la de tantas otras personas que, como yo, formamos parte del sistema de salud nacional, y puntualmente del provincial.

No sé cómo hacer para que no parezca que en realidad solo me estoy quejando porque desde que trabajo como Acompañante Terapéutica, tengo que pagar impuestos a AFIP y facturar, para que ARBA me cobre por cosas que, mi empleador IOMA, no me paga.

Y no me paga en tiempo y forma nunca. Porque primero la burocracia institucional se traga todos los trámites de solicitud de acompañamiento de muchos, muchísimos beneficiarios de la obra social en cuestión… que necesitan tratamiento AHORA, no dentro de tres meses; que es cuando se recibe una respuesta por aprobación del tratamiento, en el mejor de los casos. Porque si el tramite es rechazado, hay que presentar una carta de reconsideración, donde se vuelve a fundamentar por qué esa persona tiene, en definitiva, derecho al mejor tratamiento posible; y al que se le adjuntan (para que no sea exactamente lo mismo) más notas de profesionales, historias clínicas más abultadas y todo artilugio que a uno se le pueda ocurrir… y de vuelta a empezar. Una vez sorteadas las filas de la aprobación del tratamiento corre el reloj desde cero nuevamente, un promedio de cuatro a seis meses (con suerte) para adelante: que es el tiempo en que IOMA depositará el cheque en nuestra cuenta del Banco Provincia (caja de ahorro que la prestadora social nos obliga a abrir si queremos ver un peso, y por la que tenemos que pagar mantenimiento, porque no es cuenta sueldo).

Quisiera aclarar que, a pesar de esto, los Acompañantes Terapéuticos seguimos trabajando, muchas veces sin saber siquiera si IOMA aprobará y pagará nuestro trabajo. Actuamos todos de buena fe, haciendo contratos de palabra con familiares y/o pacientes, alentados por los equipos profesionales que nos convocan (que también trabajan por IOMA y tampoco ven un peso). Y trabajamos todos los días poniendo el cuerpo, muchas veces en situaciones de más está decir complicadas; operando en la emergencia del día a día, con pacientes que nos necesitan muchísimo, y que gracias a nuestro trabajo con ellos, su calidad de vida mejora de maneras cuantitativas y cualitativas evidentes. Cumpliendo horarios, presentando informes a escuelas y otras instituciones, tratando de recordar que trabajamos con personas. Que la calidad de vida humana no se negocia, que nuestro trabajo es valioso y somos agentes de salud que sumamos a equipos terapéuticos. A pesar de estar sub empleados, explotados y tratados como si fuéramos menos que nada.

Y pagamos los impuestos igual, sin ver un solo peso, todos los meses… hasta el día de hoy el mínimo de la categoría de monotributista es de $219, a partir del mes que viene quién sabe, ¿no? porque los aumentos a los impuestos serán nuevamente para los pobres: nosotros. Y si tenemos la desgracia de que el acompañamiento se aprobó tenemos que facturar y pagar el proporcional de ARBA, todos los meses; para presentar más papeles a IOMA (planillas de actividad mensual y fotocopias de pago de impuestos, más las facturas), repito: sin ver un solo peso por meses.

Pero IOMA es generoso, hace solo unos días comunicó (en medio del malestar descripto) que ¡nos aumenta el sueldo! Ahora en lugar de $25 la hora, serán $30… y yo me pregunto, ¿aumentan? ¿qué aumentan? Si no cobramos, si cuando cobremos, lo que no nos coma ARBA lo habrá hecho la inflación. Parece una broma macabra la que nos juegan: es como si nos dijeran “Uds. bellas personas que trabajan gratis por meses, y mientras tanto viven del aire. ¡Como los queremos! Mano de obra calificada rehén. Rehén de la miseria, el desempleo, el sub empleo. Mano de obra mayormente joven que además intenta continuar y terminar algún día estudios universitarios. Qué suerte que los tenemos a mano, para seguir abusándonos de nuestros beneficiarios y tirando de la cuerda más y más… ¡Aquí tienen su premio! $5 pesos más a sus bolsillos… para dentro de seis meses”.

No es solo mi malestar. No lo es. IOMA es la prestadora social de la Provincia de Buenos Aires, no se olvida nunca de descontar a sus beneficiarios lo que corresponde a su cobertura; pero siniestramente se olvida de pagarles a los prestadores. No solo a los Acompañantes. Lo trágico aquí es que de esto nadie habla. Los encargados de la salud estamos todos enfermos del estómago por muchos meses, porque la luz, el gas, los impuestos, en muchos casos nuestra propia cobertura social, el teléfono, el alquiler, la comida, la ropa, los libros que compramos para seguir formándonos en nuestras profesiones, el transporte público o la nafta, las cosas que utilizamos para vivir todos los días de nuestra vida, tienen que ser pagadas igual.

La salud no es una mercancía, lo digo sabiendo que este mundo en el que vivimos es uno donde hasta los trabajadores terminamos siéndolo; lo digo y lo repito LA SALUD NO SE NEGOCIA. La salud es un derecho de todos los que habitamos este país al menos. Lo digo recordando la cara de todos y cada uno de los acompañados con los que me tocó trabajar en esta profesión; y recordando también a todas las personas con las que me tocó trabajar en mi otra profesión no remunerada de Operadora Psicocomunitaria. La salud no se compra ni se vende, y los trabajadores de la salud tenemos derecho a vivir de lo que trabajamos. Acá no estamos pidiendo por favor, estamos hablando de algo que nos corresponde.

IOMA tiene responsabilidades que no cumple, estoy hablando de indolencia y de delitos graves. Estoy mostrando en pocas palabras, una maquinaria más que aceitada de enfermar, de explotar, de quitar dignidad a muchas personas. Estoy cansada de escuchar discursos vaciados. Enunciados políticamente correctos, y no mucho más que eso. Estoy hablando de la calidad de vida de miles de niños y niñas, de adolescentes, adultos y ancianos de nuestra provincia y nuestro país. Lo hago con un nudo en la garganta, porque este lugar que me toca de Acompañante Terapéutica es uno de los más vulnerados en la cadena de la salud pública. Nosotros no estamos reconocidos desde ningún ámbito formal: no tenemos colegio, no existe ningún gremio que nos represente, somos menos que un auxiliar en salud (ellos están contemplados como figura dentro de los convenios de trabajo al menos).

No quiero que esta carta termine en un mero lloriqueo desesperado. No lo voy a hacer porque estaría traicionando todas mis convicciones políticas. Solo quisiera que el que tenga oportunidad de leer esto entienda cómo realmente son las cosas.

La Plata, 13 de junio de 2012.-

Dulce María Pallero

Operadora Psicocomunitaria.

Acompañante Terapéutica.

Estudiante de la Licenciatura y el Profesorado en Psicología de la UNLP.

dulcemariapallero@gmail.com

26.2.12

El negocio de ser mujer



Ayer por la tarde, después del trabajo, fuimos con mi novio a los chinos. Mientras él buscaba el vino para la cena, yo me introducía entre las góndolas del sector “perfumería”, en el cual estuve unos tres minutos tratando de descifrar cuál era la diferencia que justificara los $3,80 entre un paquete y otro de toallitas. Una vez superado el trance (y sin encontrar verdaderos argumentos para tal cosa), me acerque a la cola de pago para alcanzar a mi compañero, que me miró con ese rictus que pone cada vez que me ve con alguna de esas parafernalias femeninas (expresión que oscila entre la pena y la impresión). Aclaro que no es una crítica hacia él… mi intención no es culpar a los hombres particulares sobre nuestros estigmas socio-culturales. Retomando el relato: respiré hondo y con la cabeza en alto sentencié orgullosa, – dentro de poco dejaré de comprar estas cosas... Me miró extrañado e inquieto, y tras un breve instante de pausa me dijo – ¿planeas quedar embarazada?
Es extraño, a pesar de que puede resultar violento (porque en un aspecto bastante importante lo es) no conseguí enojarme, sino más bien entristecerme porque supe, en ese preciso instante, que tanto hombres como mujeres tenemos totalmente incorporada la naturaleza femenina como una reglada por ciclos molestos, dolorosos y asquerosos. Y el embarazo-parto no escapa a ello. Yo por el momento no tengo ningún interés en ser madre; y lo que me toca gracias a esto, es lo que me convoca a escribir estas líneas: LA MENSTRUACION.
Supongamos que haciendo un promedio optimista de nuestros gastos en perfumería para “higiene femenina”, por mes gastemos unos $40 (toallitas diarias, de las otras y tampones). Eso tenemos que multiplicarlo por doce meses. Y a su vez por la cantidad de años que tenemos metidas en estos temas. En mi caso particular, si no recuerdo mal son 14… lo que significa que vengo gastando $6.720 en algodón prensado con gel y perfume… la menopausia llega tarde, mejor no sigamos con las multiplicaciones, por el bien de la salud estomacal.
Todas las mujeres sangramos cada veintiocho días aproximadamente. Y desde que somos jóvenes se nos enseña a temer ese momento del mes… Y por qué no lo habríamos de hacer: asociados al ciclo menstrual se encuentran variaciones en nuestro organismo y psiquismo más o menos evidentes, y como si esto fuera poco: nos enseñan a creer y reproducir los estigmas que determinan el mercado (de la mano de nuestros adorados, hijos, maridos, hermanos, primos, sobrinos, tíos, padres publicistas).
La mujer así pensada, es un negocio bárbaro: tenés a más de la mitad del globo subyugado económica, social y ¡también psicobiológicamente! Somos un asco: sangramos y no morimos (como bien dice el chiste); y despedimos olores fuertes; y nos cambia el humor; y necesitamos que nos cuiden; y comer cantidades excesivas de helado. Pero por sobre todas las cosas, tenemos que consumir, cantidades industriales de productos de higiene femenina, para evitar el bochorno de los olores, los colores de las manchas no deseadas en las prendas. Se dice bastante poco de lo tóxicas que son las toallitas y tampones (por los perfumes, blanqueadores y demás), lo poco que se cuida la salud ginecológica desde la industria… Muy poco para mi gusto, pero menos se dice sobre la copa menstrual.
(…)
Lo mismo me paso a mí… me pregunté qué carajo era eso con un nombre tan espantoso (no pude dejar de asociar la desagradable imagen de que alguien me convidara un trago de endometrio sanguinolento). Afortunadamente un rato después me puse a pensar, por qué me daba tanta impresión mi propio cuerpo. No sé si tenga ganas de escribir sobre cómo nos enseñan que somos asquerosos seres pecaminosos (el discurso iniciado en la Baja Edad Media occidental sobre la mujer, poco ha variado en verdad), tampoco es el propósito de esta nota. La copa menstrual se comercializa con distintos nombres, solo en Europa de formas accesibles. ¿Por qué? Sencillo: es el producto de higiene personal femenina más saludable y que menos necesidad de consumo requiere. Con menos de lo que gasto en un año en toallitas y demás parafernalias, me compro dos copas y media (de silicona hipoalergénica, sin ningún tipo de perfume, color o lo que sea) que me dura más de tres años. Si, leyeron bien, es reutilizable. Se lava y se guarda hasta la próxima vez que la necesitamos. Y durante el día hay que vaciarla la misma cantidad de veces que te dice el paquete de toallitas que te cambies “para estar segura y confortable”: te la sacas, la vaciás, la enjuagas y la volvés a colocar, con el mismo grado de molestia que implica implantar un tampón en la cavidad vaginal. Eso significa que con toda la plata que nos ahorramos en la perfumería podemos comprar más vinos para las cenas, comer más asados, ir más a menudo al cine o a cenar afuera.
¿Qué tul? ¿Sorprendidas? Yo después de pensarla un rato me sentí una pelotuda, una marginada y una abusada… en ese orden. ¿Algo más odioso que el ocultamiento de un producto que no tiene contraindicaciones, que respeta los principios de la producción sin destrucción del medio ambiente (porque: ¡es biodegradable!) y que encima es barato? Si a alguna persona se le ocurre algo, le pido por favor que me cuente. Me da bronca que hijos de bush como los de “Days” y su maldito slogan “28 días con vos”, “Always”, “o.b” se lleven todo nuestro dinero, nos estropeen la salud y encima nos enseñen a odiar nuestro cuerpo, avergonzarnos de nuestra condición de mujeres, nos infantilicen y estupidicen… entre otras tantas cosas... Por suerte dentro de poco tendré la alegría de dejar de consumir toda esa mierda. Y no me cambiaré de sexo, y no quedaré embarazada, y no me sacaré mis ovarios. Nada de eso. Simplemente compraré una copa menstrual. Así de fácil: tengo el contacto de una de las mujeres que las vende en el país, y con solo hacer un depósito bancario, llegará a mi casa… ¿y lo mejor de todo? Si consigo un par de mujeres más que estén interesadas en la adquisición del producto en La Plata, los gastos de envío serán insignificantes.
Yo no sé ustedes chicas, pero la verdad es que estoy re podrida de que me traten como a una tarada y no hacer nada al respecto.