15.12.13

Derechos y Humanos. Policías revueltas argentinas


La seguridad sigue siendo un tema de la derecha. La izquierda se sostiene terca en emitir prejuicios morales o bien, llamarse al silencio con evasivas.

Hay muchos motivos por lo que deberíamos ponernos a discutir lo que pasó con las policías provinciales por estos días… lo que sigue pasando. Voy a tomar solo dos, ambos que dan cuenta de cuestiones estructurales de lo que considero es el motivo por el que soy de izquierda. Son dos al azar, no pretendo ser exhaustiva. Tampoco quiero que se piense que soy una excepción a la regla de la izquierda. Lo cierto es que esta coyuntura me tomó por sorpresa. Y como a muchos de mis compañeros, me dejó sin mucho que decir, porque me señaló (me recordó), el “impensado”.
Esperé. Me tomé el tiempo para pensar, para leer a otros que vienen laburando el tema desde hace años, que superan ampliamente la retórica vacía de Scioli y Massa y De Narvaez y De la Sota y Binner y Cristina; y por supuesto a la patética vulgarización, a la trágica y peligrosa mala caricaturización de ciertos sectores de la izquierda - partidaria y no- que nos dejan con la imagen del Jefe Gorgori[1] en la cabeza, cada vez que hablan de la ciertamente maldita policía.

El primer punto tiene que ver directamente con la posibilidad de pensarse concretamente construyendo y sosteniendo el poder por parte de la izquierda. No existe algo como una organización que no cuente con su propia seguridad. Un país no es la excepción ciertamente. Es de una puerilidad violenta escotomizar el problema.
La izquierda sabe de lo que hablo cuando digo la palabra “seguridad”. La tradición de izquierda revolucionaria de antes y de ahora, sabe claramente a qué me refiero. Y por supuesto es algo que dista de lo que se concibe como seguridad desde los gobiernos “democráticos” que este sistema representativo supo construir estos 30 años ininterrumpidos de vida… que no es muy diferente a lo que había antes en las épocas de mierda, y antes de esas, y antes de antes de aquellas. Pero que claramente se trata de personas que portan armas para la defensa de la integridad de quienes son parte de algo que merece la pena ser defendido, como sea.
Porque de la boca para afuera la izquierda lejos de la ingenuidad y con claro propósito provocador siempre supo declarar que las revoluciones no se hacen por las buenas; porque los que tienen actualmente el poder no están dispuestos a renunciar a él, y como “en tiempos de paz” tampoco tienen reparos en asesinarnos, menos lo tendrán cuando intentemos tomar lo que nos corresponde. ¡Pero de la lengua para adentro que quilombo se nos arma cuando de la policía hay que hablar! Hasta los países que no cuentan con FF.AA. como Costa Rica, tienen policía… ahora, ciertamente sus polis no se parecen en nada a los nuestros.

El segundo punto está relacionado con el concepto de trabajador (para hablar en términos duros de cierto marxismo) o con el concepto de persona, o de sujeto de derecho (que no significan lo mismo claramente, pero bien vale la aclaración)… y la posibilidad de que las personas puedan llevar adelante un cambio revolucionario a su forma de vivir y pensar la justicia social (para seguir utilizando términos relativamente neutros).
Me acuerdo de ciertas acaloradas discusiones que tenía hace diez años, cuando trataban de explicarme la justificación teleológica del “sujeto revolucionario” encarnado en el obrero de overol y casco. O del problema de la “conciencia-falsa conciencia” de la clase obrera. Todas nociones tanto abstractas como carentes de rigor histórico materialista que requieren.

Nadie niega que el mejor adjetivo calificativo que le cabe a las policías es el de malditas. A la vista de quien no quiera cerrar los ojos está el hecho de que son los responsables de todos los delitos complejos que se dan en el país: el secuestro, tortura, y desaparición de personas; el reclutamiento de jóvenes y niños en situaciones de alta vulnerabilidad para el robo; la trata de personas y la prostitución; el tráfico de drogas y armas… la lista es larga. Los casos muchísimos. Y todo en Democracia, en nuestra amada y cuidada con aterrorizado celo Democracia.
Son los encargados de reprimir a las personas que luchan por sostener su estatuto de persona; que declaran y reclaman ser reconocidos como sujetos de derecho, como ciudadanos; que estiman oportuno reivindicarse como trabajadores… o como quienes fueron privados de ese estatuto.

Yo pregunto cuál es el alcance de declarar que las fuerzas policiales no pertenecen al conjunto de los trabajadores. Y lo pregunto en serio. Cuál es el parámetro por el cual se declara y se afirma que las policías no están integradas por miles de trabajadores. Qué diferencias estructurales existen entre un policía y un trabajador de la salud. No es tramposo, lo digo en serio. Están a cargo de pilares fundamentales de cualquier Estado Nación que se precie de tal. Y ninguno puede abandonar sus funciones públicas, pase lo que pase; hay argumentos de toda clase para sustentar esta premisa que tiene estatuto de mandamiento divino; lo que no hay son revisiones, discusiones, preguntas que apunten a desnaturalizar estos hechos y sus alcances.
La diferencia inmediata y OBVIA entre unos y otros, es la que nos separa en las calles: son los polis lo que nos cagan a balazos (de goma y de los otros), los que nos gasean, los que se meten -aun cuando está estatuido que de ninguna manera corresponde- a nuestros Colegios, Facultades, Hospitales.
¿Alcanza eso para denigrar a quienes conforman las policías a un estatuto sub-humano en lo que a contexto histórico respecta? Porque si en nuestra realidad republicana consideramos que no son trabajadores; y no desoímos el análisis estructural que el materialismo dialéctico nos señala respecto a las fuerzas productivas, sabemos que automáticamente no solo los estamos desclasando, sino que además les estamos privando del acceso a cualquier derecho y por tanto estamos destruyendo eso que tan lindo suena, pero que no deja de ser cierto por más que lo gasten los mismos asesinos de siempre, que es la dignidad humana (que, por supuesto nada tiene que ver con la posibilidad de vender la fuerza de trabajo, claro está).
Creo que es oportuno recordar quiénes son los polis que visten y calzan en la Argentina de hoy. Esos que están en la calle paraditos o patrullando en algún móvil o en las tan simpáticas bicis. De dónde vienen, y por qué se unen a La Fuerza. Vienen de los mismos barrios de donde salen los chorros que ingresan en el sistema penal (y casi nunca al judicial) y porque es una salida laboral segura (del mismo modo que el que se mete en cualquier otro Ministerio de este país). Es una especie de lotería, pero más demacrada. Porque el básico de un poli de calle está muy por debajo de lo que gana un docente. No sé cómo quedó ahora con el aumento, pero no mejoró tanto en lo que a los fines del asalariado importa.
Esos tipos y minas de azul, que sostienen las organizaciones mafiosas más aceitadas de la Argentina: las policías, son los mismos a los que matan a tiros en la calle cuando el arma reglamentaria no anduvo, o los chalecos que compró el Ministerio eran de mala calidad y no cumplieron su función. Los que no pueden hacer otra cosa que acatar órdenes de un superior (sean cuales fueran), porque el régimen bajo el cual se encuentran es uno militar e in-humano. Y si, son los mismos que nos reprimen en las manifestaciones. Los mismos.
¿Es contradictorio? ¡Por supuesto! Estamos hablando de la vida real, de política. De disputa de agendas, de disputa de poder carajo.
¿Se acuerdan cuando León Arslanián quiso centralizar la bonaerense y ponerlas en manos de civiles? Casi todos (y por diversos motivos) nos cagamos de risa del proyecto. Los desconfiados de siempre, porque venía con esa boludez de las películas a querer solucionar a la maldita bonaerense con un escuadrón de “civiles bien”; otros por saber que ni en pedo le iba a durar el apoyo político necesario para desguazar a la maquinaria de matar que tan bien supo hacer crecer el forro de Duhalde.
¿Se acuerdan lo que pasó con esa gente civil que entró a monitorear a los canas de la Provincia? Les inventaron un sub escalafón al último que la policía tenía y los metieron dentro de las fuerzas, bajo el mismo régimen. Los precarizaron de la misma manera. Los atormentaron y denigraron. No tienen derechos. Son rehenes del Ministro y el capanga asignado de turno. Lo mismo que los otros polis. Porque estos también son polis, y a muchos de ellos se les pegaron los mismos modus operandi de sus negados compañeros de azul. Solo que están monitoreando alarmas o atendiendo teléfonos… y por supuesto (y dato no menos relevante) no pasaron por la Vucetich. La mayoría de ellos son universitarios. ¿No es cierto que se va complicando el análisis, no? Resulta que hay algo que se llama gris y que no es un único tono…
Muchas recriminaciones moralistas aparecieron estos últimos días “3000 para educar/ 9000 para reprimir”, chistes con pizza, comentarios que aventuran los motivos desleales de la protesta de los polis de calle haciendo homologaciones con el quilombo que inició todo esto en Córdoba… cuando en realidad no tenemos ni la más remota idea de qué fue lo que pasó, y mucho menos de los motivos que desencadenaron todo esto. Es más fácil la suspicacia que enfrentarse al desconocimiento, al incendio de papeles, de caracterizaciones. Es más fácil el “análisis” lineal, superficial… que enfrentarse a las grandes contradicciones del sistema republicano que supimos conseguir.
Porque seamos claros, la coyuntura cordobesa, y los hechos, distan aún en los trazos más gruesos con lo que pasó en el resto del país… Provincia de Buenos Aires no fue una excepción.

Yo no sé si se tienen que sindicalizar o no; no me considero autorizada para emitir opinión consistente al respecto. Pero ciertamente los reconozco como asalariados pauperizados estatales. Igual de resentidos, igual de denigrados, igual de empobrecidos que todos los demás. Pero con una gran diferencia: ellos portan armas y nosotros no. Es fácil encontrar chivos expiatorios a tener las pelotas/ ovarios de construir poder con las herramientas que se lograron en la lucha de estos años, para cambiar una de las tantas instituciones podridas que el “capitalismo democrático” aprendió a construir. La teleología (sea del signo que sea), siempre están alcance de la mano. Es fácil decir “se tiene que disolver la policía” porque son esencialmente corruptos, asesinos y todo ser humano que porte uniforme es igual de depravado que todos los que sí cometen crímenes gravísimos y de lesa humanidad. Es como decir que todos los médicos y enfermeros y psicólogos y trabajadores sociales que trabajan en manicomios son asesinos, cómplices de una de las instituciones que más delitos contra los derechos humanos ha cometido en la historia del “tratamiento” de la “locura”. Es como decir, muy suelto de cuerpo “se tienen que cerrar todos los manicomios ya”. Es de una irresponsabilidad política y una puerilidad ofensivas. Es el motivo por el que la derecha bien entendida consigue que las mayorías terminen desestimando a la izquierda y concibiéndonos como un grupúsculo de adolescentes pasados de hora, unos payasos sin vergüenza. 

El mundo de la verdadera marginalidad se nos escapa a nosotros, los bien pensantes de la izquierda revolucionaria, del progresismo, del moderado centro, de la conservadora y recalcitrante derecha. Como ya lo dijera Marcola en aquella entrevista que le hicieron en 2007: no tenemos ni la menor idea de lo que está pasando ahí afuera y seguimos haciendo como que nuestras categorías modernas nos alcanzan para discutir ciertas cosas. El mundo de la marginación capitalista nos está comiendo a todos… y hacemos como que no nos damos cuenta. Como que aún tenemos algo bajo control: una fábrica, una asamblea en un hospital o facultad, nuestras propias ideas…



[1] Personaje de Los Simpson.