La seguridad sigue siendo un tema de la
derecha. La izquierda se sostiene terca en emitir prejuicios morales o
bien, llamarse al silencio con evasivas.
Hay muchos
motivos por lo que deberíamos ponernos a discutir lo que pasó con las policías
provinciales por estos días… lo que sigue pasando. Voy a tomar solo dos, ambos
que dan cuenta de cuestiones estructurales de lo que considero es el motivo por
el que soy de izquierda. Son dos al azar, no pretendo ser exhaustiva. Tampoco
quiero que se piense que soy una excepción a la regla de la izquierda. Lo
cierto es que esta coyuntura me tomó por sorpresa. Y como a muchos de mis
compañeros, me dejó sin mucho que decir, porque me señaló (me recordó), el
“impensado”.
Esperé. Me
tomé el tiempo para pensar, para leer a otros que vienen laburando el tema
desde hace años, que superan ampliamente la retórica vacía de Scioli y Massa y
De Narvaez y De la Sota y Binner y Cristina; y por supuesto a la patética
vulgarización, a la trágica y peligrosa mala caricaturización de ciertos
sectores de la izquierda - partidaria y no- que nos dejan con la imagen del Jefe
Gorgori[1]
en la cabeza, cada vez que hablan de la ciertamente maldita policía.
El primer
punto tiene que ver directamente con la posibilidad de pensarse concretamente
construyendo y sosteniendo el poder por parte de la izquierda. No existe algo
como una organización que no cuente con su propia seguridad. Un país no es la
excepción ciertamente. Es de una puerilidad violenta escotomizar el problema.
La
izquierda sabe de lo que hablo cuando digo la palabra “seguridad”. La tradición
de izquierda revolucionaria de antes y de ahora, sabe claramente a qué me
refiero. Y por supuesto es algo que dista de lo que se concibe como seguridad
desde los gobiernos “democráticos” que este sistema representativo supo
construir estos 30 años ininterrumpidos de vida… que no es muy diferente a lo
que había antes en las épocas de mierda, y antes de esas, y antes de antes de
aquellas. Pero que claramente se trata de personas que portan armas para la
defensa de la integridad de quienes son parte de algo que merece la pena ser
defendido, como sea.
Porque de
la boca para afuera la izquierda lejos de la ingenuidad y con claro propósito
provocador siempre supo declarar que las revoluciones no se hacen por las
buenas; porque los que tienen actualmente el poder no están dispuestos a
renunciar a él, y como “en tiempos de paz” tampoco tienen reparos en
asesinarnos, menos lo tendrán cuando intentemos tomar lo que nos corresponde. ¡Pero
de la lengua para adentro que quilombo se nos arma cuando de la policía hay que
hablar! Hasta los países que no cuentan con FF.AA. como Costa Rica, tienen
policía… ahora, ciertamente sus polis no se parecen en nada a los nuestros.
El segundo
punto está relacionado con el concepto de trabajador
(para hablar en términos duros de cierto marxismo) o con el concepto de persona, o de sujeto de derecho (que no significan lo mismo claramente, pero bien
vale la aclaración)… y la posibilidad de que las personas puedan llevar
adelante un cambio revolucionario a su forma de vivir y pensar la justicia
social (para seguir utilizando términos relativamente neutros).
Me acuerdo
de ciertas acaloradas discusiones que tenía hace diez años, cuando trataban de
explicarme la justificación teleológica del “sujeto revolucionario” encarnado
en el obrero de overol y casco. O del problema de la “conciencia-falsa
conciencia” de la clase obrera. Todas nociones tanto abstractas como carentes
de rigor histórico materialista que requieren.
Nadie niega
que el mejor adjetivo calificativo que le cabe a las policías es el de malditas. A la vista de quien no quiera
cerrar los ojos está el hecho de que son los responsables de todos los delitos complejos
que se dan en el país: el secuestro, tortura, y desaparición de personas; el
reclutamiento de jóvenes y niños en situaciones de alta vulnerabilidad para el
robo; la trata de personas y la prostitución; el tráfico de drogas y armas… la
lista es larga. Los casos muchísimos. Y todo en Democracia, en nuestra amada y
cuidada con aterrorizado celo Democracia.
Son los
encargados de reprimir a las personas que luchan por sostener su estatuto de persona; que declaran y reclaman ser
reconocidos como sujetos de derecho,
como ciudadanos; que estiman oportuno reivindicarse como trabajadores… o como
quienes fueron privados de ese estatuto.
Yo pregunto
cuál es el alcance de declarar que las fuerzas policiales no pertenecen al
conjunto de los trabajadores. Y lo pregunto en serio. Cuál es el parámetro por
el cual se declara y se afirma que las policías no están integradas por miles
de trabajadores. Qué diferencias estructurales existen entre un policía y un trabajador
de la salud. No es tramposo, lo digo en serio. Están a cargo de pilares
fundamentales de cualquier Estado Nación que se precie de tal. Y ninguno puede
abandonar sus funciones públicas, pase lo que pase; hay argumentos de toda
clase para sustentar esta premisa que tiene estatuto de mandamiento divino; lo
que no hay son revisiones, discusiones, preguntas que apunten a desnaturalizar
estos hechos y sus alcances.
La
diferencia inmediata y OBVIA entre unos y otros, es la que nos separa en las
calles: son los polis lo que nos cagan a balazos (de goma y de los otros), los
que nos gasean, los que se meten -aun cuando está estatuido que de ninguna
manera corresponde- a nuestros Colegios, Facultades, Hospitales.
¿Alcanza
eso para denigrar a quienes conforman las policías a un estatuto sub-humano en
lo que a contexto histórico respecta? Porque si en nuestra realidad republicana
consideramos que no son trabajadores; y no desoímos el análisis estructural que
el materialismo dialéctico nos señala respecto a las fuerzas productivas,
sabemos que automáticamente no solo los estamos desclasando, sino que además
les estamos privando del acceso a cualquier derecho y por tanto estamos
destruyendo eso que tan lindo suena, pero que no deja de ser cierto por más que
lo gasten los mismos asesinos de siempre, que es la dignidad humana (que, por supuesto nada tiene que ver con la
posibilidad de vender la fuerza de trabajo, claro está).
Creo que es
oportuno recordar quiénes son los polis que visten y calzan en la Argentina de
hoy. Esos que están en la calle paraditos o patrullando en algún móvil o en las
tan simpáticas bicis. De dónde vienen, y por qué se unen a La Fuerza. Vienen de
los mismos barrios de donde salen los chorros que ingresan en el sistema penal
(y casi nunca al judicial) y porque es una salida laboral segura (del mismo
modo que el que se mete en cualquier otro Ministerio de este país). Es una
especie de lotería, pero más demacrada. Porque el básico de un poli de calle
está muy por debajo de lo que gana un docente. No sé cómo quedó ahora con el
aumento, pero no mejoró tanto en lo que a los fines del asalariado importa.
Esos tipos
y minas de azul, que sostienen las organizaciones mafiosas más aceitadas de la
Argentina: las policías, son los mismos a los que matan a tiros en la calle
cuando el arma reglamentaria no anduvo, o los chalecos que compró el Ministerio
eran de mala calidad y no cumplieron su función. Los que no pueden hacer otra
cosa que acatar órdenes de un superior (sean cuales fueran), porque el régimen
bajo el cual se encuentran es uno militar e in-humano. Y si, son los mismos que
nos reprimen en las manifestaciones. Los mismos.
¿Es contradictorio?
¡Por supuesto! Estamos hablando de la vida real, de política. De disputa de
agendas, de disputa de poder carajo.
¿Se
acuerdan cuando León Arslanián quiso centralizar la bonaerense y ponerlas en
manos de civiles? Casi todos (y por diversos motivos) nos cagamos de risa del
proyecto. Los desconfiados de siempre, porque venía con esa boludez de las películas a querer solucionar a la maldita
bonaerense con un escuadrón de “civiles bien”; otros por saber que ni en pedo
le iba a durar el apoyo político necesario para desguazar a la maquinaria de
matar que tan bien supo hacer crecer el forro de Duhalde.
¿Se
acuerdan lo que pasó con esa gente civil que entró a monitorear a los canas de
la Provincia? Les inventaron un sub escalafón al último que la policía tenía y
los metieron dentro de las fuerzas, bajo el mismo régimen. Los precarizaron de
la misma manera. Los atormentaron y denigraron. No tienen derechos. Son rehenes
del Ministro y el capanga asignado de
turno. Lo mismo que los otros polis. Porque estos también son polis, y a muchos
de ellos se les pegaron los mismos modus
operandi de sus negados compañeros de azul. Solo que están monitoreando
alarmas o atendiendo teléfonos… y por supuesto (y dato no menos relevante) no
pasaron por la Vucetich. La mayoría de ellos son universitarios. ¿No es cierto
que se va complicando el análisis, no? Resulta que hay algo que se llama gris y
que no es un único tono…
Muchas
recriminaciones moralistas aparecieron estos últimos días “3000 para educar/
9000 para reprimir”, chistes con pizza, comentarios que aventuran los motivos
desleales de la protesta de los polis de calle haciendo homologaciones con el
quilombo que inició todo esto en Córdoba… cuando en realidad no tenemos ni la
más remota idea de qué fue lo que pasó, y mucho menos de los motivos que desencadenaron
todo esto. Es más fácil la suspicacia que enfrentarse al desconocimiento, al
incendio de papeles, de caracterizaciones. Es más fácil el “análisis” lineal,
superficial… que enfrentarse a las grandes contradicciones
del sistema republicano que supimos conseguir.
Porque
seamos claros, la coyuntura cordobesa, y los hechos, distan aún en los trazos
más gruesos con lo que pasó en el resto del país… Provincia de Buenos Aires no
fue una excepción.
Yo no sé si
se tienen que sindicalizar o no; no me considero autorizada para emitir opinión
consistente al respecto. Pero ciertamente los reconozco como asalariados
pauperizados estatales. Igual de resentidos, igual de denigrados, igual de
empobrecidos que todos los demás. Pero con una gran diferencia: ellos portan
armas y nosotros no. Es fácil encontrar chivos expiatorios a tener las pelotas/
ovarios de construir poder con las herramientas que se lograron en la lucha de
estos años, para cambiar una de las tantas instituciones podridas que el
“capitalismo democrático” aprendió a construir. La teleología (sea del signo
que sea), siempre están alcance de la mano. Es fácil decir “se tiene que
disolver la policía” porque son esencialmente corruptos, asesinos y todo ser
humano que porte uniforme es igual de depravado que todos los que sí cometen
crímenes gravísimos y de lesa humanidad. Es como decir que todos los médicos y
enfermeros y psicólogos y trabajadores sociales que trabajan en manicomios son
asesinos, cómplices de una de las instituciones que más delitos contra los
derechos humanos ha cometido en la historia del “tratamiento” de la “locura”.
Es como decir, muy suelto de cuerpo “se tienen que cerrar todos los manicomios
ya”. Es de una irresponsabilidad política y una puerilidad ofensivas. Es el
motivo por el que la derecha bien entendida consigue que las mayorías terminen
desestimando a la izquierda y concibiéndonos como un grupúsculo de adolescentes
pasados de hora, unos payasos sin vergüenza.
El mundo de
la verdadera marginalidad se nos escapa a nosotros, los bien pensantes de la
izquierda revolucionaria, del progresismo, del moderado centro, de la
conservadora y recalcitrante derecha. Como ya lo dijera Marcola en aquella
entrevista que le hicieron en 2007: no tenemos ni la menor idea de lo que está
pasando ahí afuera y seguimos haciendo como que nuestras categorías modernas
nos alcanzan para discutir ciertas cosas. El mundo de la marginación
capitalista nos está comiendo a todos… y hacemos como que no nos damos cuenta.
Como que aún tenemos algo bajo control: una fábrica, una asamblea en un
hospital o facultad, nuestras propias ideas…
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