Foto: Gonseras
Hay muchas formas de decir lo
mismo con otras palabras; muchas formas de decir nada. La más común por estos días de guerra es “esto es muy complejo,
es un tema con muchas aristas…”.
Palestina lucha. Y no se entrega,
a pesar de ser asediada, sitiada, bombardeada, negados los suministros básicos
que garantizan los derechos universales desde más o menos la misma época en que
se inventó el Estado de Israel.
Hay cierta devaluación (con mucha
razón casi siempre) de lo que se denomina opinión.
En estos tiempos de la información inmediata y descartable; del impacto por el
impacto; de la superficialidad más banal. La tecnología no es una excusa para estar
desinformado. Hay gente que se desinforma leyendo micro-notas, de supuestos
medios periodísticos (que no chequea) en Facebook; gente que se desinforma
mirando canales y leyendo diarios que representan los intereses de los poderes
hegemónicos; gente que se desinforma no saliendo de su cómodo tupperware.
Palestina lucha. Es uno de los “culos
del mundo” que resiste y no se entrega. A pesar de los poderosísimos intereses sostenidos
por la industria massmediática e ideológica, toda la ingeniería psicopolítica
de los países centrales, que los convierte en “los terroristas del mundo”… cuando
todos sabemos quiénes son los verdaderos terroristas. Alcanza con sentarse un
momento a recordar, quiénes somos, de dónde venimos, y qué nos está pasando:
hoy, hace diez años; hace 20, 30, 50; hace 100, 500 años.
La opinión no siempre fue una mala palabra. Opinar es una de las cosas
más saludables que pueda hacerse, cuando se tiene un estricto sentido común; y
no un discurso pre-digerido por la industria. Cuando se está dispuesto a oír
(no solo a escuchar), a replantearse las posturas y a tener un mínimo de
empatía histórica. Lo que en otras palabras se llama tener una conciencia de
sujeto político. La opinión es eso: es el piso común para construir una ética y
una estética; una posición política en la vida y para la vida.
Palestina lucha. Con misiles
caseros, con palos, con piedras y con palabras. También Iraq, Afganistán, Paquistán,
Somalia, Yemen, a lista sigue… Y si, parece que son muchas aristas, ¿no?
Sustraerse de la opinión, es una
forma más de estar del lado de los que nos vienen haciendo mierda durante
siglos. El colonialismo en todas sus formas, una más terrorista que otra; mejor
dicho: una más genocida que otra. Porque a las cosas hay que llamarlas por su
nombre. Los eufemismos, además de encubrir, son otro de los articuladores de la
violencia sistemática a la que estamos acostumbrados.
Hace varios días que no paro de
acordarme (o no consigo olvidarme) de Fanon, y de aquel lúcido análisis sobre
la identificación que generamos los oprimidos con nuestros opresores. Ese negro de mierda que se fue a la libre,
igualitaria, fraterna y culpógena Francia a estudiar; y les metió el dedito en
el ojo. Y dejó en evidencia toda la doble moral bien-pensante de los
intelectuales revolucionarios de los países genocidas. Porque lo cierto es que
ni siquiera quien le prologara “Los condenados de la tierra” pudo dejar de lado
la moral paternalista cuando hubo que hablar de los desastres de la URSS para
no desmoralizar a la clase obrera occidental (si Sartre).
Los que venimos de los “culos del
mundo” no deberíamos tener que adoptar ni defender esa doble moral occidental. No
les debemos nada en lo que a tradición respecta. Sería bueno que nos empecemos
a amigar con esa idea. La culpa es judeo-cristiana, lo mismo que la inermidad,
la inferioridad, la abyección: nos fueron implantadas en eso que se podría
llamar proceso de subjetivación colonial.
Por ese mismo motivo tampoco deberíamos
seguir usando la palabra resistir; ni
empeñar años de esfuerzo en llenar de contenido positivo, potenciador ese
concepto de mierda, que es todo lo contrario. Resistir se resiste la tentación,
no jodamos. Ningún impulso erótico (en el sentido de la pulsión de vida) se
resiste. La libertad no se resiste, el amor no se resiste, la palabra no se
resiste, la dignidad y la soberanía no se resisten. Esas cosas se luchan, por
esas cosas se lucha… y se da la vida de ser necesario. Lo que mueve a los
pueblos es eros. Porque como dice
Alfredo Grande: si se resiste a la vida es porque se nos encalleció el Ideal del
Yo, y se nos armó flor de Superyó: represor occidental judeo-cristiano por excelencia.
Ese Superyó que nos sostiene los mandatos patriarcales, genocidas, del silencio
y la sumisión; articulador de la subjetividad del oprimido bien-pensante, civil
e instruido.
Por eso decía que hay muchas
maneras de decir lo mismo: nada. Y que la
abstención en nombre de la mesura, en contra del sentido común, de la
opinión, no son más que otra forma de repetir el cassette (el chip, disculpen) que nos metieron y ya se nos hizo
carne.
Marx dijo que la vergüenza es un
sentimiento revolucionario; se olvidó aclarar que esta afirmación solo es válida
para los opresores, para ellos: la cuna de “la civilización”. No olvidemos, no
perdonemos. Nunca.