Volvía cabizbaja del trabajo
pensando en que tenía que apurarme y así podía almorzar y volver a salir sin
tener la milanesa atragantada mientras voy a pedir el presupuesto a la
ferretería, porque al jefe se le ocurre que yo tengo tiempo para pasar por ahí
antes de tomarme el micro para volver a la oficina. Volvía cabizbaja del
trabajo, y me tildé en medio de la vereda mirando a unos albañiles haciendo
mierda una pared con una maza. Justo que iba mirando para abajo el sonido sordo
y rítmico me llamó y me quedé embelesada, y pensé que tengo que comprarme una
maza, aprovechar que voy a pedir el presupuesto a la ferretería y llevarme una
maza para hacer mierda algo, así como los albañiles que estaban destruyendo esa
pared. Así como vos habías hecho mierda mi corazón, Claudio. Y eso que no tengo
mucha imaginación, vos siempre me lo decías… pero no sos el único, ¿sabés? Mi jefe
también me dice lo mismo y más veces por día que vos… porque a él lo tuve que
aguantar muchas más horas en veinte años. Pero esta vez lo vi clarito en mi
mente. Yo y mi maza, haciendo mierda algo. Como vos hiciste pelota mi corazón, diciéndome
pelotudeces una y otra vez, hasta que un día te superaste a vos mismo en el
arte de quemarme el bocho y me dijiste que te querías separar mientras me
devolvías el mate, a las 4:30 de la mañana, justo antes de salir a tomar el
tren a tu trabajo de mierda… ese que hace que si te veo con suerte cinco o seis
horas al día es mucho. Porque es re loco, a vos siempre te veo rompiendo cosas
como esos albañiles. Te dedicás a lo mismo: a romper las pelotas, el corazón y
la paciencia, Claudio. Es re fácil pensarte en ese lugar, tan fácil que es obvio,
como natural… qué otra cosa más obvia que vos rompiendo algo. Ejerciendo tu
potencia arrolladora, Claudio. Y lo vi clarito ahí: yo en cuarenta y dos años
jamás me permití romper ni un vaso, ni mandarte a la puta que te parió cuando
me hartabas la paciencia. Nada, ni mú.
Y fue tan liberador pensarme así con una maza. Me di cuenta que yo también
había nacido para eso, justo como vos. Pero que a mí, me lo habían negado una
vida entera. Y me di cuenta de que eso era la verdad más verdadera porque no me
pareció obvio como cuando después de lo que me hiciste volviste llorando a
decirme – Susana, vieja… yo a vos te amo, eso no cambia ni va a cambiar. Porque
sos tan obvio Claudio, tan obvio como que en estos veinte años nunca se te iba
a caer un perdón ni de casualidad. Y las obviedades son mentiras que se vuelven
verdades a fuerza de repetición, eso me contó nuestra hija que lo aprendió en
la universidad. Yo al principio no le entendía, pero estaba tan entusiasmada explicándome
que la mejor manera de encontrar las verdades era buscando ahí donde parecía
que eso no estaba bien por raro, o algo así. Estaba tan compenetrada usando una
forma de pensar que yo no entendía, que me llenó de ternura y la escuché igual,
y lo más atenta posible, Claudio… menos mal. El tema es que ahora con esto de
la maza le entendí y estoy en una encrucijada, porque cómo se vuelve de la
posibilidad de ser yo la que tiene la herramienta para ir y hacer mierda todo. Cómo
se vuelve de saberte así tan chiquito e impotente Claudio, con esas artimañas
que ya no te funcionan más, porque los pibes están grandes y ya ni pasan a
saludar, salvo la nena cuando tiene un rato el fin de semana porque no tiene
que estudiar. Cómo se vuelve, Claudio, cuando me doy cuenta de que entonces no
tengo ni un pero para dejarme estar.
24.10.17
22.10.17
Breve lección de historia
Recordamos bien, porque volvemos todo el tiempo, como un
buen síntoma, a golpear las puertas de donde sea que se escondan, cuarteles o
casas de gobierno. Qué más da.
La inoculación sistemática de lo siniestro sirve para
preparar a una sociedad dócil para la inoculación de mensajes mafiosos cuarenta
años después. Mecanismos básicos de la psicología al servicio de la guerra para
la sumisión… Pero lo que se les pasa por alto, cada vez, es que no matan a
nadie, ni aún muerto. Y que de lo siniestro y del terror se aprende. Somos lo
que quedó de la resistencia. Somos la lucha eterna.
Somos los que nunca van a poder matar. Inscribirnos en la muerte, nos hizo eternos.
Pintura: Horacio Petre (1986)
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