26.2.12

El negocio de ser mujer



Ayer por la tarde, después del trabajo, fuimos con mi novio a los chinos. Mientras él buscaba el vino para la cena, yo me introducía entre las góndolas del sector “perfumería”, en el cual estuve unos tres minutos tratando de descifrar cuál era la diferencia que justificara los $3,80 entre un paquete y otro de toallitas. Una vez superado el trance (y sin encontrar verdaderos argumentos para tal cosa), me acerque a la cola de pago para alcanzar a mi compañero, que me miró con ese rictus que pone cada vez que me ve con alguna de esas parafernalias femeninas (expresión que oscila entre la pena y la impresión). Aclaro que no es una crítica hacia él… mi intención no es culpar a los hombres particulares sobre nuestros estigmas socio-culturales. Retomando el relato: respiré hondo y con la cabeza en alto sentencié orgullosa, – dentro de poco dejaré de comprar estas cosas... Me miró extrañado e inquieto, y tras un breve instante de pausa me dijo – ¿planeas quedar embarazada?
Es extraño, a pesar de que puede resultar violento (porque en un aspecto bastante importante lo es) no conseguí enojarme, sino más bien entristecerme porque supe, en ese preciso instante, que tanto hombres como mujeres tenemos totalmente incorporada la naturaleza femenina como una reglada por ciclos molestos, dolorosos y asquerosos. Y el embarazo-parto no escapa a ello. Yo por el momento no tengo ningún interés en ser madre; y lo que me toca gracias a esto, es lo que me convoca a escribir estas líneas: LA MENSTRUACION.
Supongamos que haciendo un promedio optimista de nuestros gastos en perfumería para “higiene femenina”, por mes gastemos unos $40 (toallitas diarias, de las otras y tampones). Eso tenemos que multiplicarlo por doce meses. Y a su vez por la cantidad de años que tenemos metidas en estos temas. En mi caso particular, si no recuerdo mal son 14… lo que significa que vengo gastando $6.720 en algodón prensado con gel y perfume… la menopausia llega tarde, mejor no sigamos con las multiplicaciones, por el bien de la salud estomacal.
Todas las mujeres sangramos cada veintiocho días aproximadamente. Y desde que somos jóvenes se nos enseña a temer ese momento del mes… Y por qué no lo habríamos de hacer: asociados al ciclo menstrual se encuentran variaciones en nuestro organismo y psiquismo más o menos evidentes, y como si esto fuera poco: nos enseñan a creer y reproducir los estigmas que determinan el mercado (de la mano de nuestros adorados, hijos, maridos, hermanos, primos, sobrinos, tíos, padres publicistas).
La mujer así pensada, es un negocio bárbaro: tenés a más de la mitad del globo subyugado económica, social y ¡también psicobiológicamente! Somos un asco: sangramos y no morimos (como bien dice el chiste); y despedimos olores fuertes; y nos cambia el humor; y necesitamos que nos cuiden; y comer cantidades excesivas de helado. Pero por sobre todas las cosas, tenemos que consumir, cantidades industriales de productos de higiene femenina, para evitar el bochorno de los olores, los colores de las manchas no deseadas en las prendas. Se dice bastante poco de lo tóxicas que son las toallitas y tampones (por los perfumes, blanqueadores y demás), lo poco que se cuida la salud ginecológica desde la industria… Muy poco para mi gusto, pero menos se dice sobre la copa menstrual.
(…)
Lo mismo me paso a mí… me pregunté qué carajo era eso con un nombre tan espantoso (no pude dejar de asociar la desagradable imagen de que alguien me convidara un trago de endometrio sanguinolento). Afortunadamente un rato después me puse a pensar, por qué me daba tanta impresión mi propio cuerpo. No sé si tenga ganas de escribir sobre cómo nos enseñan que somos asquerosos seres pecaminosos (el discurso iniciado en la Baja Edad Media occidental sobre la mujer, poco ha variado en verdad), tampoco es el propósito de esta nota. La copa menstrual se comercializa con distintos nombres, solo en Europa de formas accesibles. ¿Por qué? Sencillo: es el producto de higiene personal femenina más saludable y que menos necesidad de consumo requiere. Con menos de lo que gasto en un año en toallitas y demás parafernalias, me compro dos copas y media (de silicona hipoalergénica, sin ningún tipo de perfume, color o lo que sea) que me dura más de tres años. Si, leyeron bien, es reutilizable. Se lava y se guarda hasta la próxima vez que la necesitamos. Y durante el día hay que vaciarla la misma cantidad de veces que te dice el paquete de toallitas que te cambies “para estar segura y confortable”: te la sacas, la vaciás, la enjuagas y la volvés a colocar, con el mismo grado de molestia que implica implantar un tampón en la cavidad vaginal. Eso significa que con toda la plata que nos ahorramos en la perfumería podemos comprar más vinos para las cenas, comer más asados, ir más a menudo al cine o a cenar afuera.
¿Qué tul? ¿Sorprendidas? Yo después de pensarla un rato me sentí una pelotuda, una marginada y una abusada… en ese orden. ¿Algo más odioso que el ocultamiento de un producto que no tiene contraindicaciones, que respeta los principios de la producción sin destrucción del medio ambiente (porque: ¡es biodegradable!) y que encima es barato? Si a alguna persona se le ocurre algo, le pido por favor que me cuente. Me da bronca que hijos de bush como los de “Days” y su maldito slogan “28 días con vos”, “Always”, “o.b” se lleven todo nuestro dinero, nos estropeen la salud y encima nos enseñen a odiar nuestro cuerpo, avergonzarnos de nuestra condición de mujeres, nos infantilicen y estupidicen… entre otras tantas cosas... Por suerte dentro de poco tendré la alegría de dejar de consumir toda esa mierda. Y no me cambiaré de sexo, y no quedaré embarazada, y no me sacaré mis ovarios. Nada de eso. Simplemente compraré una copa menstrual. Así de fácil: tengo el contacto de una de las mujeres que las vende en el país, y con solo hacer un depósito bancario, llegará a mi casa… ¿y lo mejor de todo? Si consigo un par de mujeres más que estén interesadas en la adquisición del producto en La Plata, los gastos de envío serán insignificantes.
Yo no sé ustedes chicas, pero la verdad es que estoy re podrida de que me traten como a una tarada y no hacer nada al respecto.