21.8.16

Un pez entre los pájaros


Cincuenta metros de fondo, el ancho no podría precisarlo, papá no hacía énfasis en esa dimensión. Rodillas paspadas, parada en medio con los brazos en jarra, enseñándole la espalda a la vida, con el semblante grave mirando al paredón final de mi casa de Javiera Sosa.
Mis inclinaciones por la observación de la fauna animal, en complemento armonioso con una extrema piedad por las bestias me llevaron a descubrir por mí misma, cuestiones específicas, biológicas y comportamentales de los gorriones argentinos. Plaga nacional, seres de una nobleza increíble. Por esos años, mi amor por estos pajaritos era muy grande, los estudios etológicos más extensos y sistemáticos fueron dedicados a ellos.
En esa posición -brazos en jarra, de espaldas a la vida-, en la que a veces aún me encuentro llegando a La Única Solución Posible, fue que en la que en aquel momento concluí que era necesario implementar un plan urbano para las crías de gorriones que prematuramente caían del nido, y no podían ser salvadas por la pericia de la intervención científica y devueltas felizmente a la vida salvaje del Barrio Docente.
Así es que se gestó el cementerio que funcionó por años en el patio. Los cadáveres eran respetuosamente sepultados; y marcadas sus tumbas con lajas que encontraban rotas por el barrio. Con el tiempo se decidió que ese lugar debía cumplir con algún propósito que llevara a contribuir en la acumulación del conocimiento científico (al menos el mío).
Fue así que un sector de la Necrópolis fue destinado a la Anatomía. Enterrábamos algunos cadáveres por unos días, y luego los exhumábamos para realizar una autopsia en la que serían extraídos el corazón y los gusanos que se alimentaran de los restos del pajarito.
Como éramos chicas, mis hermanas y yo, las operaciones eran verdaderamente rudimentarias. Por barbijos usábamos las camisetas manga larga de algodón que mamá nos obligaba a usar hasta muy entrada la primavera. Y como instrumentos quirúrgicos ramas de árboles. Guardábamos así, prolijamente en unos frascos rebosantes en alcohol fino órganos y organismos que de los cadáveres extraíamos.
(Por algún motivo recolectar y conservar comenzó a convertirse en una afición, y la mejor manera de comprender -o calmar- el complejo y caótico mundo).

De aquella época lo que más recuerdo de todo, es el gris del paredón del fondo de mi patio, si. El revoque grueso y las lajas del cementerio... Mi geografía infantil se caracterizaba por coordenadas medianeras. Todos los niños de allí, éramos animales de bici y paredones. Generalmente no se entraba por la puerta de la reja a las casas de los vecinos. Se optaba por caminar haciendo equilibro por los dos metros de altura que limitaban los dúplex del pequeño barrio. Era una decisión táctica, ya que se hacía un uso racional del tiempo y las energías. Además de tener absoluto control panóptico de toda la cuadra.
Yo era bastante mala en ese aspecto. Toda mi vida me acompañó el vértigo… así que mi papel era un tanto más estratégico. Digamos que era la tonta que se quedaba parada en el patio e intentaba impartir órdenes, que eran acatadas en mayor o menor medida, de acuerdo al humor y atención de mi hermana la más mediana que siempre tuvo carisma y la atención de todos sin mucho esfuerzo: todo era natural y fluido en ella. Durante gran parte de mi infancia la envidié por eso.
De todas formas, en lo que no me quedaba atrás era en las campañas que se armaban montados en las bicis. Así fue, y gracias a eso, que salvamos la vida a la gallinita.
En la manzana vecina había un potrero en el que crecían plantas patagónicas salvajemente. Una vez cada seis meses, o quizá no tan a menudo, la municipalidad mandaba maquinas para nivelar el terreno y sacar los yuyos enormes que crecían allí. Lo interesante era que dejaba sobre una de las mitades del lote montañas, que nosotros nos dedicábamos a moldear para que sirvieran de pista de bici cross.
A partir de ese momento comenzaban, tarde o temprano, los conflictos con los chicos del barrio vecino (que estaba después del potrero). Afortunadamente el lote era los suficientemente grande y todos lo suficientemente niños como para que pasara a mayores.
Una de esas tardes, mientras ejercitábamos los talentos en la bici, vi cómo sobre el otro extremo del campito se agrupaban en círculo unos niños más grandes y definitivamente más amenazadores. En el centro del círculo había un ave de gran tamaño y que estaban por rematarla de un toscazo. Esta era una tosca de tamaño importante, un canto rodado de unos veinticuatro centímetros de largo, por diez u once de ancho.
Yo tenía una bici rodado veintiséis gris jaspeada, muy pesada y en un instante de coraje inconciente me lancé a la carrera contra el grupo de pendejos al grito dejen a ese animal en paz. Entre el griterío infantil y la confusión de los potenciales asesinos, logramos que perdieran interés en aquella empresa. Digo logramos, porque en el momento en que el enfrentamiento era inminente, encontré montada en su bici y a mi lado a mi hermana la más menor, cuyo amor por las bestias fue mucho mayor al profesado por la humanidad durante toda su vida.
El resultado de toda esa polvareda y corrida fue el triste cuadro de una gaviota gris, de tamaño mediano, con su cola casi arrancada por unos niños ferales. Mientras examinaba superficialmente al bicho, mi hermana iba a casa corriendo a conseguir una caja-camilla donde transportar a la gallinita (bautizada desde el primer momento en que nos referimos a ella). Fue así que el periodo de recuperación de aquella ave salvaje se dio lugar en el patio de casa, a costa de mucho trabajo y los nervios de mi perro León, que quedaron destrozados por los celos y la violencia de la gaviota.

También por esa época en la escuela la maestra había armado un acuario gigante y bastante estúpido, de trágicas carpas naranjas. Seres largos y sin encanto que se aglutinaban a razón de treinta existencias, en una pecera donada por el papá vidriero de un compañero que estaba enamorado de mí pero que no me gustaba ni un poco.
Del resultado de esa experiencia educativa que duró todo un año lectivo y en la que la señorita quería enseñar la responsabilidad del cuidado de otra vida; fue que terminé adoptando, en base al más riguroso azar, al pez que se llamaría Rogelio.
Mi nueva mascota fue alojada en la fuente que mamá usaba para hacer lasagna, la cual cedió como única respuesta sobre la decisión que la maestra había tomado sobre la planificación familiar. Sobre la mesada de la pequeña cocina de mi casa, Rogelio, fue instalado como icono de la crueldad materna. Nunca entendí cómo convivir con la inquietud que me generaba esa situación: mi pez, alojado en otra cosa distinta a una pecera. Era una obra de arte que condensaba toda la maldad del mundo.
Rogelio, a pesar de su condición de carpa ordinaria, supo marcar una particularidad: desarrolló una gran personalidad suicida. Fue así que niña y pez nos dimos a coordinar una compleja rutina en la que éste se arrojaba al vacío aterrizando en los rojos azulejos de la cocina; y yo, agudizando mi astigmática visión, acudía a rescatarlo. Fueron innumerables las resucitaciones a la carpa suicida bajo el chorro de la canilla. Esa relación era confusa y estrecha, y fue sostenida con una terquedad incansable.
Pero Rogelio era un pez, y eventualmente cumplió su cometido. Terminó por quitarse la vida definitivamente durante la fiesta de cumpleaños de mi hermana la más menor, alguna tarde de octubre del año 1994. Cuando volvimos a la casa, mis padres lo encontraron sin vida sobre la bacha, donde su cuerpo contrastaba notablemente en aquella superficie.
Ese día reconocí a la muerte. Recuerdo que enterré al pez junto a los pájaros mientras me ahogaba con mis propias lágrimas y mocos. Le hice una lapida gigante con una laja muy linda que estaba guardando para una ocasión importante. Todavía permanece vivida en mí memoria la tempera blanca con la que escribí el epitafio: ROGELIO PALLERO 1994-1995.
Durante muchos años creí que aquel animalito había estado poseído por el espíritu de Kurt Cobain. Así fue como mitigue mi dolor y di respuesta al comportamiento bizarro de aquella carpa. Construí, de esa manera, la primera leyenda de mi historia... Aunque ahora, lo único notable para mí de toda la historia en verdad sea que a mis ocho años escuchara Nirvana.

29.5.16

final



tender un puente,
como quien tiende la cama
o la ropa en la cuerda al sol

y aún así
tener que cruzarlo

sola.

27.5.16

3 de Junio #NiUnaMenos


No tiene nada de lindo ser mujer en este mundo. La violencia patriarcal nos fagocita desde el minuto cero. No somos exageradas cuando decimos que se nos hace mierda en microdosis en el caso de las más afortunadas. No estamos hablando pelotudeces. Porque el problema es ese, no se nos permite hablar. O si se nos deja es por breves instantes, y enseguida se nos pide silencio, o se sospecha sobre la relevancia de nuestro discurso, o se lo degrada... o nos vienen a explicar las cosas (porque seguro-seguro no las sabemos, o no las entendimos bien).
A mi por suerte jamás un hombre me puso una mano encima... no sin mi consentimiento. No sé lo que es que te golpeen o te amenacen con herirte a vos o a tus seres queridos; o que tu vida corra riesgo cierto.Sí me tuve que fumar otras violencias varias: psicológicas y económicas sobre todo. Pero soy afortunada, soy una de esas que puede autonominarse afortunada.
Como no tengo hijos no sufrí violencia obstétrica propiamente dicha, pero sí fui duramente castigada (de modos muy sutiles) por profesionales de la salud cuando decidí sobre mi cuerpo, y por la sociedad y el estado que me obligaron a la clandestinidad por considerarme delincuente al ejercer mi derecho de autonomía y salud. A pesar de eso fui y soy una afortunada, porque como mujer de izquierda y feminista siempre me he rodeado de gente piola, y las cosas de mierda se hacen mucho más llevaderas así. Y porque con mis amigas (entre otro montón de cosas) sabemos reirnos de las personas que nos miran con pena e intentan consolarnos por treintañeras sin hijos ni esposo que nos mantenga. Y porque los varones con los que me relaciono me quieren y respetan profundamente.
Sin embargo les puedo decir que he tenido que deformar mi carácter para los ámbitos laborales, para que no me pasen por encima por ser mujer... porque ya bastante sospechosa soy porque no ando pidiéndole favores a nadie, o adulando a personas importantes. Bastante sospechosa soy porque tengo una opinión y conocimientos formados por mi misma, y porque no soy timorata, ni apocada, ni pusilánime, o casquivana, etcétera. Puedo decir que en 31 años nadie jamás se animó a sugerir en mi presencia que yo conseguí algo de lo que tengo acostándome con algún jefx... Sospecho que esto es así a costa de mostrar una versión agresiva y masculinizada de mi ya "natural" carácter fuerte y asertivo.
Supongo que por este mismo motivo nunca me violaron, ni abusaron sexualmente de mí. Del mismo modo nadie "me faltó el respeto" o desautorizó en un ámbito de saber/ poder porque nunca mostré en la esfera pública la llamada "debilidad", ni llantos, ni conmociones... ni siquiera en situaciones donde he visto a más de un "machito" cagarse encima; entonces la sospecha se convierte en temor o algo parecido al respeto. Con los años fui aprendiendo a encontrar algo semejante a un punto intermedio y a mostrar que se puede ser dura y tierna al mismo tiempo. Pero el precio que tuve que pagar fue alto, altísimo.
Por eso digo que no tiene nada de lindo ser mujer en este mundo. La violencia patriarcal nos fagocita desde el minuto cero. No somos exageradas cuando decimos que se nos hace mierda en microdosis en el caso de las más afortunadas. No estamos hablando pelotudeces. Porque el problema es ese, no se nos permite hablar. O si se nos deja es por breves instantes, y enseguida se nos pide silencio, o se sospecha sobre la relevancia de nuestro discurso, o se lo degrada... o nos vienen a explicar las cosas (porque seguro-seguro no las sabemos, o no las entendimos bien).

El 3 de Junio marchemos todes.
#VivasNosQueremos
#NiUnaMenos
#FelicesNosQueremos

28.4.16

Juan



tengo un hombre
enmarañado en la casa oscura
de mi asma

tengo un hombre
con su nombre atado a mis costillas
y no se suelta

tengo un hombre
que me crece en las tibias entrañas
como gesta

tengo un hombre
que no es mío pero igual
se queda

19.4.16

FELICIDADES de Dulce Pallero - PIXEL Editora





Nuevo libro. Primer libro: Felicidades‬, de Pixel Editora.

Conseguí preventas en ‪‎Malisia‬. Distribuidora y Estantería de Libros y Revistas.

Diag. 78 nro. 506, e/6 y 59,  La Plata, Buenos Aires‬.