5.8.22

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Despertar con una melodía en la cabeza y que toda tu mañana se encuentre ominosamente relacionada con esa canción: forma y contenido, contenido y forma; que no es la letra y la música, la música y la letra, porque así no funciona ningún texto. Porque casi todo lo que pasa puedo pensarlo como un texto. Escuchar, mientras espero un turno que se demora, un análisis sobre Hallelujah de Cohen: su progresión de acordes —cómo se sienten en el cuerpo los mayores, menores y disminuidos… como si algo de todo eso fuera natural— y la letra. Que antes y después de ese “recreo” me obliguen a pensar en el amor para mostrar posibles claves de lectura a la otra persona con la que se trabaja.

Odio que las cosas me persigan, odio que no tengamos una palabra en español para expresar que no es cualquier tipo de persecución… to be haunted es otra cosa —Ser perseguido es, definitivamente, más liviano—. No se siente como este agujereo constante a nivel ontológico que se presenta sobre todo con los silencios entre cada una de las cosas que se logran reconocer. Odio haberme resignado a que esto siempre será del mismo modo, que lo que se entiende como una maldición, no es más que aquellas cosas con las que se siente una atracción irresistible y que vuelve desde fuera como una inminencia acechante. Odio saber que en realidad esto que nombro como resignación en realidad sea parte de mi deseo, que este ceder a ello no implique solo ser doblegada, sino otorgar una parte de mí —mi voraz curiosidad— al mundo.

No siempre se trata de un qué, no siempre se lo puede disfrazar de tal cosa. Porque en esos momentos en los que consigo escuchar el silencio, entiendo con todo el cuerpo que se trata de un cómo ese cuánto aparece. Será por eso que todo pueda resumirse en ese esfuerzo imposible de dar caza a lo que insiste. Odio to be haunted por la misma cosa siempre, y eso me hace enojar como cuando tenía que estudiar a Freud hablando sobre la neurosis obsesiva. Solo que ahora estoy vieja y sé que la curiosidad no mata al gato, sino que —como nos enseña el ensayo de Schrödinger— se encuentra vivo y muerto al mismo tiempo, agujereando este pequeño espacio de la mente que llamamos el mundo, retornando desde fuera agitando lo más intimo e interior al mismo tiempo.


Ilustración: Alexandra Waliszewska