17.2.15

MAMA*




Lo terrorífico de una mamá es el carácter absoluto que en nuestra cultura encarna el término. Es la cultura, y sólo ella- la cultura y la necesidad que nos impone su buena forma, de que todo sea, al menos, suficientemente explicable-, lo que hace que podamos vestir el horror con un traje de dulzura, comprensión y buenos cuidados. De allí que aparezca lo que luego conceptualizamos como lo ominoso, cuando la máscara y las ropas se corren solo un poco, fugazmente.
La madre es eterna. Hasta el día que se muera seguirá siendo nuestra madre, y después de muerta también (para bien o para mal). Hay algo en la trascendentalidad de su título que la condena a un lazo indestructible con sus hijos, lazo que sea de amor, rechazo o incluso el mayor de los desprecios, seguirá ahí por siempre. Esto es lo que se traduce en algo del orden del destino, y lo que genera el tema recurrente de las almas en pena al estilo de la llorona. No es contingente que las cosas que más atemoricen a las subjetividades occidentales modernas sean, las almas en pena, los niños y los espejos.
No considero que sean azarosas las representaciones que en nuestra cultura traduzcan los fantasmas más arcaicos sobre la madre. El terror que generan en cada uno de nosotros cuando nos enfrentamos a la omnipotencia, la absoluta y dentada boca. Que luego se retraducen en las mujeres enfrentadas al deseo de maternidad de diversas formas, en un contexto- nuestro contexto cultural moderno- donde las significaciones de la devoción y la función natural a duras penas se sostienen en pie, cuando no son destruidas por las múltiples contradicciones de la vida cotidiana.
El mismísimo género terror, tan popular desde siempre, encuentra sus temáticas más efectivas  para lo inenarrable de esos primeros tiempos donde ese Otro absoluto traduce cada movimiento de nuestra carne, hilvanando con aguja e hilo cada parte hasta configurarnos un cuerpo. Como si de una muñeca de trapo descuajeringada se tratara, nos une los pedazos con las hebras de sus palabras, y su propia masa informe reprimida (y no tanto); hasta que cobramos vida como humanos. Como si de un Pinocho húmedo y supurante deviniéramos mágicamente en un bebé. Porque a diferencia de Pinocho, nosotros, antes de convertirnos en niños, somos una masa informe de carne y líquidos... Lejos estamos de ser limpia y pulida madera.
No por nada las alegorías fantasmagóricas más efectivas en las películas de terror tengan la representación de masas pútridas, supurantes; sean formas orgánicas en sus colores, sus texturas, sus sonidos. Que sean los ojos sin ojos, las bocas sin boca, en cuerpos destartalados y autómatas lo que más atemorice. Es la mejor metonimia para eso que irrumpe y atraviesa taponando (si tenemos suerte) al mismo tiempo con alguna otra cosa.
Las madres nos atan al horror desde las dos puntas de la humanidad, lo más singular (aquello que nos corrompe para humanizarnos y traducir la energía en modulación deseante) y aquello que nos preexiste y genera el espacio al que advendremos como seres humanos (que se impone asignándonos un lugar histórico al que responderemos más o menos a la letra)  pagando el precio que nos toque en suerte por asumir una posición allí.


La Plata, 3° domingo de octubre de 2013.


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*Nombre de la película de terror hispano-canadiense. Dirigida por Andrés Muschietti (2013). 
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