Hasta donde tengo entendido, el ya popular término
“relación tóxica” proviene de cierta perspectiva sobre lo vincular que habla de
la “mala gestión” de los afectos donde una de las partes se encuentra en clara
asimetría con la otra, percibe con mayor o menor intensidad el malestar que le
provoca el vínculo y paulatinamente ve mermadas sus capacidades autogestivas en
las esferas de la voluntad, los afectos y el pensamiento. Puntualmente es un
término que se utiliza para describir patrones vinculares lesivos en relaciones
sexo afectivas de pareja y que se extiende a otros vínculos tales como la
amistad o relaciones sociales en el entorno laboral. Este término se deslizó a
ciertos desarrollos en torno a estas temáticas desde una mirada crítica donde
lo que se trata de visibilizar la reproducción de ciertos patrones patriarcales
y macro o micro machismos, cuando el “tóxico” de la pareja es el varón.
Es importante aclarar aquí algo que a esta altura
puede resultar una cuestión de Perogrullo, pero que en el terreno de la
política de los afectos –y de la clínica para quienes nos dedicamos a la salud
mental- nos lleva a terrenos pantanosos si no se distingue adecuadamente. No es
lo mismo Patriarcado que machismo.
Desde los feminismos podemos entender al
Patriarcado como la afirmación de la hegemonía masculina refiriendo
concretamente a una situación de dominación y explotación de las mujeres e
identidades feminizadas (niñxs, lesbianas, travestis y trans y varones no
hegemónicos) que se basa en la firme creencia de la superioridad natural de los
varones en las esferas de lo público, construyéndose así una sociedad
androcéntrica, cis heteronormada y donde este poder necesita reactualizarse constantemente en y a través de la violencia.
El machismo, en cambio, es la política efectuada
por acción u omisión para sostener las desigualdades estructurales que hacen
del sistema patriarcal la matriz de las relaciones de poder en nuestras
sociedades. El machismo puede ser una política concientemente llevada adelante
o no. Y no es exclusiva de quienes son codificados como varones hegemónicos
dentro de las sociedades.
A veces los varones heterosexuales también hablan de “relaciones tóxicas” a la hora de describir los conflictos más o menos violentos que tienen
en ciertos vínculos con mujeres que en general son sus parejas (mantienen
relaciones sexo afectivas). Esto se puede dar por dos motivos: el primero (el
más frecuente) es porque se encuentran en una relación donde la mujer le
cuestiona sus privilegios “a cada paso”. Es entonces cuando los oímos esgrimir
argumentos de no implicación en la problemática o eximición de las
responsabilidades desde el discurso de la importancia del “buen trato” o “trato
amable para marcar las cosas”, reclamándole a la mujer que asuma un papel
docente con él (posición pedagógica de las feministas). Aquí es donde podemos
pensar esto de lo “tóxicos” que pueden ser los cuestionamientos para los
varones que no desean ser visibilizados en el ejercicio de sus privilegios.
El segundo caso –menos frecuente, pero existente
también-, es que existen varones que se encuentran en una relación violenta con una mujer que en ocasiones
se sirve de discursos en apariencia feministas para abusar simbólica y
psicológicamente de ellos. No sé si amerita hacer una ampliación sobre
este tema, pero como aclaración diré que las llamadas personalidades narcisistas,
psicopáticas e incluso perversas no son exclusivas de los varones, y los mecanismos
de manipulación, coerción, inoculación de culpa, entre otros, pueden servirse
de cualquier discurso… hasta de los más revolucionarios. O incluso aventurarme y decir que así como no todos los varones violentos son enfermos, aunque todos sí hijos sanos del Patriarcado; hay mujeres que no están enfermas y son sanas hijas del Patriarcado.
En cualquiera de los dos casos, es muy importante
el concepto “apropiación del discurso” como mecanismo que el patriarcado y el
capitalismo tienen para reabsorber dentro del sistema todo aquello disruptivo y
potencialmente desarticulador. Y aquí es donde quiero poder problematizar la noción de "relación tóxica". Algo tóxico es un agente extraño que invade y
corrompe por contacto casual, o por ser inoculado por un tercer agente. Por
ello considero que es necesario cuestionar el concepto “relación(es) tóxicas”,
primero porque quita agencia a las partes e inventa un tercer elemento (el tóxico) que está por fuera de la historia y no responde a las relaciones
humanas en sí.
El discurso que se construye desde los feminismos y
los desarrollos queer, tiene la
potencia de cuestionarlo todo. Literalmente todo. Tiene el valor de
revolucionarnos desde lo más profundo que es lo personal y convertir la
política en virtualidades hasta ese momento (este momento) inexistentes. Y
requiere, necesariamente, arrancar del plano de la naturaleza todo aquello que
responde a lo humano y las características que ello implica. Sobre todo a la
variable nunca desestimable que implica el ejercicio del poder hegemónico de
una clase sobre otras. Esto que ocurre cuando se oculta el contrato sexual –división
entre lo público y lo privado- (Pateman, 1988) detrás del que se instituye como
el primer derecho del pacto social: la propiedad privada. Así como también nos
debe interpelar para poder pesar que la categoría “género” debe ser deslindada
de todo lastre que la reduzca a una mera cuestión de “identidad” o “roles”, ya
que hay una heterogeneidad interna que debe articularse necesariamente con la
etnia, la clase, la edad, la orientación sexual... En resumidas cuentas,
deshacernos de los procesos de naturalización que se dan con este concepto y
que le restan fuerza como categoría de análisis (Bonder, 1999).
Pero mi interés esta vez no son las digresiones teórico-filosóficas,
sino poder plantear a las compañeras heterosexuales desde dónde pienso yo el
desafío en las políticas del amor que nos toca diseñar y sostener. Frente a la
necesidad de no retroceder frente a los mandatos patriarcales, poder discernir
adecuadamente entre los machismos de alta, media y baja intensidad, y al mismo
tiempo tratar de construir desde el amor no patriarcal. Pareciera una empresa
imposible ¿verdad?
Cada vez más se esparce como reguero de pólvora una
política de tolerancia cero con los varones (cis) herterosexuales. No dejarles
pasar una es la consigna. Estoy de acuerdo con esta política, aun cuando el
precio sea el peor de los exilios. Pero también sobre esta ola aparecen críticas
a algunas compañeras que plantean que “no hay que relacionarse a través del
conflicto”, como contraargumentación a la pregunta “¿cómo te vas a relacionar
si no es a través del conflicto con un compañero que se ofende y te dice ‘tóxica’
porque le cuestionas sus privilegios?”. Entiendo que esta pregunta emerge de
las reflexiones donde se visibiliza a la violencia como única herramienta para
cuestionar los mecanismos de estigmatización y silenciamiento sistemáticos del Patriarcado. El viejo argumento de: el fuego con fuego se detiene.
Creo aquí que esta línea de razonamiento puede que
encierre una trampa. ¿De verdad la única forma de construir una contrahegemonía es dentro de las lógicas que sostienen y dan forma al patriarcado
como sistema? Y no estoy hablando de una salida hippie o pacifista, negacionista
de los conflictos, donde maniacamente se sostenga que con amor todo se
soluciona.
Justamente de amor se trata, y el amor no es un
afecto más especial que otros, no es más que una de las tantas propuestas
vinculares que la humanidad ha logrado desarrollar. Lo que sí me interesa
resaltar es justamente esto: la forma de encarar la vincularidad ¿será mediante
alguna forma de asimetría? ¿No podemos acaso plantearnos un programa político
que implique un pacto moral colectivo? (Maffía).
A la pregunta “¿cómo te vas a relacionar si no es a
través del conflicto con un compañero que se ofende y te dice ‘tóxica’ porque
le cuestionas sus privilegios?”, yo repreguntaría: ¿por qué querría
relacionarme con un varón que se ofende porque señalo sus privilegios y cómo
los ejercita impunemente, sometiéndome a mí afectiva y físicamente?, ¿por qué
debería llamar ‘compañero’ a un varón que me posiciona nuevamente en la
dialéctica más patriarcal de todas: la del amo y el esclavo, y me empuja a
desear ser la Santa Inquisición del machirulaje?
Yo aquí es donde me abstengo, como Bartleby, y me
sostengo en la política de “I would
prefer not to” (preferiría no hacerlo). ¿Me va mejor acaso? De ninguna
manera. Pero si de algo estoy segura, es que no voy a permitir que todas aquellas
que fueron quemadas en hogueras y asesinadas de maneras cruentas para que yo
hoy esté acá sean mi excusa para identificarme en los métodos con nuestro
opresor. Me sostengo en la enseñanza de Susy Shock y repito todos los días: Yo,
no quiero ser parte de esa humanidad.
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