12.11.17

(mi mayo francés)


Anoche me di cuenta hablando con amigas sobre lo mal que nos va con los hombres, que a ellas les pasa algo que a mí del todo no: están resignadas… es como si se les hubiera roto algo adentro.

Y no es que no me sienta como ellas en general: estoy re enojada y triste. Decepcionada. Y siento que es imposible construir nada bueno y poderoso y saludable con ellos… que en algún momento, cuando tengan la oportunidad van a ejercer sus privilegios y van a arruinarlo todo. Sea cualquiera de las formas de las que estemos hablando: la militante, la amistad o lo sensual.

El jueves por la noche soñé que me abrazaba a dos compañeros varones. No era sexual, sino algo del orden de la fraternidad, del compañerismo. Era yo la que me abrazaba a ellos, no ellos a mí (no me estaban protegiendo). Por la mañana olvidé por completo el sueño. Pero esa tarde, cuando estábamos armando la última escultura –en ese intento de metabolizar todo lo que nos vino pasando como equipo-, tuve una epifanía en el preciso instante que vi la mano de Manu apoyada sobre el hombro de una de las chicas… y automáticamente tuve la necesidad de recostar mi frente allí. Sentía que ahí sí podía descansar. Y más tarde, cuando Mati me dijo “siento que tengo que abrazarte hace un rato largo” y nos abrazamos fuerte, me dije: CLARO QUE SÍ, CARAJO.

El viernes algo se destrabó gracias a la ayuda de Diana y de todo el equipo que eligió una vez más no sacar el cuerpo. Salí de la oficina y sentí que podía sostener algo del deseo adentro mío y proyectarlo en alguien más, a modo de promesa o de potencialidad. Y ocupar mis pensamientos en algo que no sea la muerte en alguna de sus formas. En algo diferente aunque no menos fútil, pero al menos sí más reparador que no sea la muerte, el amor.



Anoche me quedó clarísimo que estuve a punto de que se me rompiera eso mismo que vi roto en mis amigas… y que zafé por un pelito, pero no por casualidad. Que zafé gracias al feminismo, una vez más. Y finalmente, pude descansar.

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