19.8.23

Algunas reflexiones provisorias frente al horror

 

Albrecht Dürer - Melancolía (grabado 1514)

Los resultados de las ultimas PASO en Argentina nos reclaman un balance de estos 40 años ininterrumpidos de democracia. Y para ello propongo sostener una hipótesis muy incómoda al respecto: El proceso de elaboración del trauma social que implicó la última dictadura cívico-eclesiástica-militar detuvo su proceso y suturó la posibilidad de complejizarse con las demandas históricas que fuimos enfrentando como sociedad. Si tenemos la suerte de que algo de “la crisis del 2001” retorne con lo que implica una posible victoria de Milei en octubre, no debemos pensarlo como un retorno de lo reprimido. Es retorno de un evento traumático y no elaborado —o elaborado parcialmente en el mejor de los casos —, reactivado por la amenaza de un trauma de proporciones semejantes, o incluso mucho peor.

Pienso que la semilla de la imposibilidad de pensar otro mundo posible en nuestro país, se encarna mucho en la imposibilidad de abandonar la obediencia debida una idea de democracia que está totalmente construida en base al terror y más concretamente al saldo del terrorismo de Estado; y a cómo la clase política dominante operó para que esa no tramitación del trauma coagulara la posibilidad de imaginar orto mundo fuera del capitalismo. Si tuviera que reducir la operación psicopolítica que ofició de coagulante a un enunciado y una posterior declinación, podría ensayar el siguiente modo: del tiempo inaugural del nuevo pacto social democrático “Con la democracia se come, se cura y se educa”, pasamos a un “Ésta es la única forma posible de la democracia, porque todas las demás experiencias fracasaron”. Esta última formulación que se estabilizó como discurso político actual en nuestro país, se sirvió de una forma maniquea y bipolar de construir el mundo a escala internacional (modelo capitalista/ modelo socialista) y una lectura del juego de fuerzas como “naturalmente” bipartidista a nivel local: conservadores/ radicales – radicales/ peronistas – kirchneristas/ macristas…

Hay varios problemas en contar la historia de esta manera. El más evidente es el borramiento de fuerzas políticas y sociales, muchas veces altamente organizadas: socialismo, anarquismo, movimientos campesinos y de pueblos originarios, movimiento de mujeres (solo por nombrar algunos); que no solo nunca se alinearon homogéneamente con la lógica de este supuesto bipartidismo, sino que además fueron las responsables de grandes conquistas democráticas, que luego, quienes fueron las fuerzas de turno para la administración del Estado —haciendo el trabajo que la ciudadanía les encomendó mediante el voto representativo—, llevaron a la puesta en forma de leyes y de políticas de ejecución, sostenimiento y protección de las mismas. Tarea necesaria si las hay, pero no autoengendrada ni suficiente.

El segundo problema que puedo pensar —y ciertamente uno de los más conflictivos—, es que éste mismo discurso —conjugado a modos de pensar la economía y su relación con el Estado—, llevaron a interrumpir la profundización de las contradicciones del sistema sobre el que se sostienen todos los Estados occidentales en la actualidad: la democracia y sus límites dentro del capitalismo. Donde las tendencias al desarrollo de políticas liberales o neoliberales provocan crisis económicas, sociales y de representatividad política; que se reequilibran con los matices propios de cada realidad regional y local, pero que nunca cuestionan el modo de producción y reproducción socio-económica de fondo. En nuestro país, la defensa de la democracia se constituyó en una no crítica al sistema. Y esto nos llevó como sociedad a una imposibilidad de poder pensar otros mundos posibles. Coaguló en la premisa: “democracia es esto o nada”, por tanto, se empezó a torcer la idea de qué significan las políticas de izquierda y de derecha en nuestro país. Se sostuvo de este modo el programa de borramiento sistemático a cualquier fuerza política y social que atentara contra el capitalismo.

No hace mucho tuvimos que escuchar “a la izquierda nuestra está la pared”: declaración dolorosa y canalla si las hay. Primero porque hace desaparecer a colectivos antiimperialistas, anticapitalistas, que apuestan a economías populares, cooperativas, autosustentables, respetuosas del territorio que no invisibilizan a los pueblos originarios, afrodescendientes, etc. Segundo porque somete —a través del terror— a parte de la población que les elegía como representantes, señalando que lo único que queda es empezar a acostumbrarse a “tragar sapos” por el bien de “la democracia”. En resumidas cuentas, se constituye un discurso de anulación de la posibilidad de elección por temor al aniquilamiento: “como no existe la opción, solo estamos nosotres o la barbarie neoliberal… nada más”. Cualquier posicionamiento crítico, lúcido y alternativo, reconocido honestamente como tal, se desestima por idealista, romántico, principista, dependiendo del contexto de la discusión y cuánto las defensas se pusieran al servicio de la chicana política. Lo que en otras palabras significa que no es posible nada nuevo: nada más y nada menos que otra version —mucho más compleja— del fin de la historia.

Así se construyó el primer monstruo del capitalismo argentino pos 2001: el macrismo. Era necesario antagonizar con algo que estuviera más a la derecha —mucho más a la derecha— para sostener la afirmación de que “a la izquierda no hay nada”. El monstruo creció y se alimentó del descontento, la impotencia y toda la violencia introyectada que el Estado descargó sobre la ciudadanía: violencia económica, simbólica y física (la tan conocida represión por parte de las fuerzas de seguridad). Con esto no estoy diciendo que los gobiernos kirchneristas no tuvieran políticas en materia de DDHH, salud, educación, vivienda, la protección a los sectores que pertenecen a las clases históricamente desafiliadas de la economía formal. Estoy planteando que hubo violencia económica para sostener gobernabilidad dentro de un sistema capitalista porque no fue posible ejercer la autonomía que supuestamente podría desarrollar el Estado dentro de su modelo económico. Eso se tradujo en inflación, generación de empleos basura y un desarrollo de la economía interna que no fue suficiente para equilibrar la balanza de la justicia social sin que el costo no recayera en la sociedad que solo tiene su fuerza de trabajo para vender en el mercado laboral. O sea, la crisis del sistema fue amortizada por las grandes mayorías que no somos dueñas de los medios producción y reproducción del capital. Y también hubo violencia simbólica sostenida frente a los sectores, cada vez más amplios y heterogéneos, que empezaron a criticar el discurso de que con esta democracia alcanza; que este modelo es viable; que el capitalismo humano es posible.

Por supuesto que las críticas y las quejas no fueron totalmente formalizadas en estos términos. Las personas que tenemos la desgracia de haber nacido en este mudo, rara vez podemos darnos el lujo de ejercer el derecho a sentarnos a pensar críticamente, a estudiar, a discutir y disputar ideas. La mayoría de las personas en este mundo, solo podemos vender nuestra fuerza de trabajo para llegar a fin de mes —pagar las cuentas, el alquiler y comer—, y con suerte permitirles a nuestres hijes acceder a la educación y un poco de ocio y descanso cada tanto. Cada vez más y con más brutalidad, nuestra vida se reduce a dormir para trabajar y trabajar para sostener nuestras funciones vitales como poder descasar 5, 6 o 7 horas y seguir trabajando.

En una síntesis que no pretende ser exhaustiva ni precisa —porque mi objetivo es hacer un análisis psicopolítico, no económico ni histórico—, en nuestro país, las reestructuraciones a las crisis del sistema fueron: 1) a la hiperinflación de finales de los ’80: neoliberalismo menemista; 2) a la crisis institucional, económica y socio-cultural de 2001: el kirchnerismo; 3) al fracaso del modelo económico y social por progresiva flexibilización del proteccionismo económico y social del kirchnerismo: el franco neoliberalismo de representación política mixto del poder empresarial y de familias liberales y conservadoras históricas; 4) a la profundización de la crisis económica y política: un gobierno de centro acordado por un frente lábilmente cohesionado, que cristalizó en un representante político impotente para profundizar (y en muchos casos sostener) políticas sociales, timorato frente a la inercia del giro a la derecha en materia económica 5) a la crisis de representatividad por fracaso de ambos polos del bipartidismo: giro a la derecha expresado en un candidato abiertamente neoliberal en materia económica y fascista en materia política.

Esta formalización esquemática de cinco vueltas del tardocapitalismo, deja al descubierto no solo el agotamiento cíclico cada vez más acelerado y descarnado del sistema; sino también la incapacidad de los discursos políticos de matriz tradicional, para interlocutar con la sociedad civil, que aunque está cada vez más alienada de la posibilidad de acceder al capital cultural y el derecho básico a poder vivir sin estar haciendo peligrar su existencia; entiende perfectamente que esto no funciona y solo nos lleva a la destrucción.

Que la capitalización del descontento, la impotencia, la desesperación, el terror a la aniquilación de lo poco (o mucho) que se tenga sea capitalizado por discursos cada vez más fascistas, se debe al deterioro del lazo social que provoca el mismo sistema. Ya que, como dice Adrián Piva, “El capital no es una relación social puramente económica, el Estado es uno de los modos en que la sociedad capitalista se desenvuelve, se desarrolla, se reproduce. (…) Cuando la sociedad capitalista entra en crisis, entra en crisis el conjunto de esas relaciones sociales; entra en crisis lo que llamamos «la economía» y entra en crisis también lo que llamamos «la política» (…) Porque esas relaciones están articuladas a través del mercado. (...) si la intervención del Estado disuelve la separación entre economía y política, que es la condición de funcionamiento del mercado, pone en crisis la forma en que se articulan las relaciones sociales”.

Las preguntas que nos quedan para poder pensar, sostener, debatir y organizar son: frente a la prueba de realidad descarnada del fracaso del modelo político y económico actual ¿Somos capaces de pensar que otro mundo es posible? ¿Somos capaces de abandonar el terror y las construcciones dogmáticas de verdad? ¿Somos capaces de apostar a la radicalidad de lo impensado y dar el salto que nos saque de la melancolía? Y en este impasse lógico que tenemos que abrir —aunque el tiempo cronológico ya esté en descuento hace décadas a nivel regional, y octubre nos respire en la nuca a nivel local—, no debemos caer en la ingenuidad de creer que las crisis son per se momentos de desestructuración de los sistemas de dominación y, por tanto, oportunidades políticas revolucionarias. Desestimar el carácter disciplinante de las crisis es lo que nos condujo a las puertas de un gobierno elegido democráticamente que sostiene abiertamente un discurso fascista. Y esto es una advertencia para todo el arco político que disputa en los espacios de representatividad estatal.

Piva sitúa el problema del siguiente modo: “La crisis general es una crisis de reproducción de la sociedad (…) Puede ser catastrófico o puede desarrollarse gradualmente en el tiempo, pero, como sea, se trata de procesos de crisis de reproducción de la sociedad, de disolución de los lazos sociales, que afectan a todos los sectores sociales. Y a medida que la crisis se profundiza, se agrava, se prolonga en el tiempo, afecta mucho a la clase trabajadora y a los sectores populares.

“Ese efecto disciplinante es muy importante sobre todo en períodos de crisis de alternativa política. Porque ante la ausencia de alternativa política, la clase trabajadora, si está movilizada y organizada, solo puede tener cierta capacidad de bloqueo. Y el éxito en el bloqueo a la ofensiva capitalista lo que tiende a provocar es una prolongación en el tiempo de la crisis y, en algún momento, inevitablemente, su profundización. Entonces es ahí donde el efecto disciplinante juega un papel importante. (...) La especificidad de la estrategia de ofensiva neoliberal fue el uso de la coerción del mercado como medio de disciplinamiento. (…) la violencia estatal estuvo orientada a transformar las relaciones entre Estado y acumulación de modo que se convirtió al mercado en un medio de disciplinamiento, de desorganización de la clase obrera y de individualización de los comportamientos sociales. (...) En el neoliberalismo la coerción del mercado se transforma en un arma política”.

Por eso necesitamos escuchar el malestar de la clase trabajadora, aunque no se identifique como tal, y construir un horizonte que habilite la posibilidad de estrategias anticapitalistas, antiimperialistas, antifascistas. Esto nos lleva inevitablemente a abandonar mecanismos y modos de organización de los estados y las economías que solo pueden existir en un sistema que está diseñado para aniquilar a las mayorías y a los ecosistemas donde la humanidad existe. Debemos dejar de naturalizar y normalizar los modos actuales de la existencia dado que no debería resultarnos natural perforar la tierra hasta indecibles profundidades; extirpar árboles, animales y personas de sus lugares nativos; cubrir el cielo de satélites que bombardean la superficie con ondas electromagnéticas. No es normal reventar átomos para generar explosiones inimaginables; ni desertificar paraísos de selva y agua; o llenar el fondo de los mares de cables de internet y las superficies de las aguas de micro plásticos y botellas, y las profundidades intermedias de medusas sintéticas. No admitir que esto no es normal es también una forma del negacionismo.

En una entrevista de 2011 Miguel Benasayag —hablando sobre el elogio al conflicto— situaba que el trabajo no se trata de reponer “la esperanza” en el marco de las luchas, sino de organizar acciones intensivas para garantizar la vida psíquica de las personas, para que exista luego la posibilidad de poder disputar algo más que la supervivencia. Señalaba que el discurso de la modernidad plantea un hacer que pretende anular lo negativo, ofertando propuestas de un orden social que cohesionaría completamente, anulando así los conflictos. Cuando en realidad, el humano real no es “el hombre normal”, “racional”: encarnamos la contradicción, no buscamos forzosamente nuestro bien, e incluso podemos desear fuertemente el mal. Esto es lo que nos confronta con la ruptura de “la promesa” una y cada vez, dejándonos en el desconcierto y la impotencia. Por ello es necesario construir un compromiso político que no sea ordenado por la promesa a priori de un mundo ideal. Es en la inmanencia de la situación donde se reencuentra el deseo, es el hacer con lo que crea aquello que moviliza el deseo. Y poder interrogar qué es lo que ordena la lectura de la acción es clave: ¿es la promesa de una sociedad perfecta o la asimetría situacional concreta? Si logramos localizar y recortar estas asimetrías concretas, lo que aparezca como contenido ideológico de las acciones para responder a ellas será lo de menos. Lo que importa es que se pueda decidir, que en el modo de leer la realidad haya un lugar para habilitarnos a asumir un lugar que nos reposicione como sujetos políticos. Cada quien encontrará su propia promesa que hará lazo con otres. No se trata entonces de recurrir a un modelo utópico, cuando el mundo que se prometió garantizar (de un lado y otro) fracasó. Se trata de hablar desde un modelo tópico, de crear una horizontalidad para cuestionar y militar realidades concretas donde nadie pueda decir, en nombre de un modelo abstracto, qué está bien o mal. Que ya no sea posible permitir que el motor decisor sea una promesa que solo uno conoce y los demás apenas intuyen o solo se limitan a seguir al modo de un acto de fe. 

La solución no la tiene nadie. La salida es colectiva y hacia un espacio que está por construirse con la materialidad de experiencias múltiples y alternativas. Un mundo donde haya verdadera capacidad para la elección requiere que las personas no estemos en la encrucijada de perder la vida o resignarnos a sobrevivir como se pueda. Usemos la historia para poder hacer una lectura dinámica de los desafíos que nos tocan. La historia no es “el pasado”, la historia es actual y es presente. Y por favor, no olvidemos nunca que la única respuesta al fascismo es el antifascismo.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Totalmente de acuerdo!muy buena síntesis de esta Argentina que me apena